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Jueves, 25 de abril de 2024

El rececho nocturno de jabalí vs. La espera

[vc_row][vc_column][vc_column_text]El rececho es una modalidad que consiste en el acercamiento sigiloso al animal para capturarlo o, más frecuentemente, para darle muerte. Es, quizás, la modalidad más extendida en el mundo y probablemente la más antigua, practicándose desde tiempos inmemoriales, como lo atestiguan las pinturas rupestres del hombre prehistórico en persecución de las piezas de caza. Sin embargo, el rececho se ha asociado y se asocia habitualmente a una modalidad diurna, que supone recorrer un terreno, generalmente a pie y muchas veces no exento de un esfuerzo físico importante. La caza en ausencia o escasez de luz diurna añade una importante dificultad. Ha sido, precisamente, esa falta de visibilidad, a la cual el hombre está escasamente adaptado, la que ha hecho que especies de hábitos antaño fundamentalmente diurnos (como los cérvidos) hayan transformado sus costumbres en evitación de nuestra presencia. En la caza nocturna, de hecho, se requiere una mínima luminosidad que permita, en primer lugar, saber qué terreno pisamos y, en segundo, qué animales nos rodean. La identificación animal en la noche se puede hacer muy ardua, máxime si se quiere ir más allá. Distinguir sexos, estados de madurez, clases de edad o trofeos se puede convertir en tareas ímprobas bajo una escena de escasa luminosidad. LA LUZ LUNAR. Por ello, es lógico que la caza nocturna se apoye en la principal fuente luminosa durante la noche, nuestra imprescindible luna. Si bien la luz de luna no es igual que la luz solar, aunque sea reflejo de ésta, pues su potencia y radiación es infinitamente menor (hacen falta aproximadamente 450.000 lunas llenas para igualar la luz solar que llega a la Tierra) pero suficiente para vislumbrar objetos, aunque dejemos de apreciar los colores. [caption id="attachment_21430" align="alignright" width="400"] Hablar de caza con luna es hacerlo casi siempre de espera, siendo el rececho nocturno una modalidad poco conocida en España.[/caption] Además, la luminosidad de la luna varía con la fase en la que se encuentre y con su posición en el cielo (sale 50 minutos más tarde cada día), lo que hace aún más intrigante la caza nocturna. Esto, unido a factores como la nubosidad, la duración de la noche, el reflejo o albedo del terreno (por ejemplo un barbecho frente a un rastrojo) o las sombras producidas por un follaje del arbolado más o menos denso, hacen que los factores que participan de la caza con luna sean numerosos aunque en este caso muchos de ellos puedan ser fácilmente predecibles (por ejemplo la hora de salida de la luna, la duración de la noche, la nubosidad, etc.). Otros muchos serán impredecibles o inciertos (abundancia poblacional, movilidad de los individuos, sex ratio de la población, experiencia del animal, abundancia y distribución del alimento, presencia de especies competidoras, depredadores, rachas de viento local, etc.). Esto consigue que los factores implicados en la caza nocturna sean los comunes a la caza diurna, múltiples y muchas veces impredecibles, pero con el añadido del factor “luz” que cuando aparentemente todos los factores están de cara, éste puede determinar el destino final del animal. Es, precisamente, por esa escasa luminosidad por lo que la caza nocturna no es apta para muchas especies cinegéticas (como los cérvidos), ya que el trofeo del macho es muchas veces difícil o imposible de apreciar. Sin embargo, otras especies como el jabalí, de muy difícil observación a plena luz del día, son más propensas a su caza en la noche. La prueba está en que el jabalí en nuestras tierras se caza habitualmente a la espera o aguardo y la caza a rececho (nocturno) queda limitada a pocas zonas donde es costumbre practicar la ronda (rececho nocturno con ayuda de perros). De hecho, en muchas comunidades autónomas la única caza nocturna autorizada es la espera o aguardo al jabalí, quedando el rececho relegado desde una hora antes del amanecer hasta una hora después del ocaso. Asimismo, no ha existido nunca una fuerte tradición al rececho nocturno, al menos en España, mientras que en otros países sí se estila esta modalidad, como es el caso de Turquía o Argentina. [/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row css=".vc_custom_1501156489066{background-color: #f1f1f1 !important;}"][vc_column][vc_column_text]LA ESENCIA DE LA CAZA NOCTURNA La caza con luna permite adentrase en un mundo desconocido, contemplar especies esquivas, difíciles de observar a plena luz y disfrutar del silencio o de los ruidos de la noche. Un mero paseo nocturno o aguardo bajo la luz de la luna hacen disfrutar al cazador de muchas sensaciones nuevas y poco frecuentes, con avistamientos de búhos, garduñas, tejones..., permitiendo disfrutar del esquivo jabalí, de su comportamiento y de su proximidad, adentrándose en sus piaras, en las que el hombre empieza a pensar casi como uno de ellos y no como humano. Ahí radica la esencia de la caza, en el conocimiento exhaustivo del animal para luego, no sin aflicción, dejarnos llevar por nuestro instinto depredador.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]RECECHO VS. RONDA. Hablar de caza con luna es hablar casi siempre de espera, siendo el rececho nocturno una modalidad poco conocida en España. Sin embargo, el rececho (o la ronda) presentan una serie de importantes ventajas con respecto al aguardo. En primer lugar, el cazador puede jugar con la luna a su antojo, es decir, puede iniciar un rececho a las tres de la mañana cuando la luna, por ejemplo, se encuentre saliendo o en lo más alto del cielo, con la máxima luminosidad. [caption id="attachment_21433" align="alignleft" width="400"] El rececho nocturno queda reducido a zonas de pastos, dehesas o cultivos, fuera de zonas espesas, donde la escasa visibilidad hacen peligroso cualquier disparo.[/caption] En el caso de la espera, y especialmente en comederos, el cazador suele y debe apostarse a la caída de la tarde con el fin de no perturbar la tranquilidad de los animales y asegurarse la menor molestia a los jabalíes que se esperan. El cazador queda, pues, en la mayoría de los casos, supeditado a noches de cuarto creciente o luna llena (cuando la luna se encuentra en el cielo a la hora del ocaso). Las noches de cuarto menguante o pasada la luna llena son, por tanto, infrautilizadas en la espera, salvo que se recurra a fuertes contraluces naturales, luz artificial u otros artefactos aún menos éticos. La segunda ventaja la encontramos en que la probabilidad de topar con un gran trofeo de jabalí es, en general, mayor en un rececho que en una espera. El recelo del jabalí a entrar en un comedero artificial es obviamente mayor que el de campear a su antojo en sus querencias habituales. En tercer lugar, el cazador puede jugar con el viento más fácilmente al planificar el rececho ad hoc en cada noche e incluso variar el recorrido en función de la dirección del viento en cada momento. ¡Cuántas noches nos hemos quedado sin espera o la hemos echado a perder por culpa del viento! Por último, no se requiere de cebas continuas (diarias) en comederos y esto es especialmente importante cuando abunda el alimento natural (bellotas, hayucos, etc.). En estas circunstancias, los animales no entrarán a cebaderos y bien difícil es, por no decir imposible, predecir a qué árbol va a acudir un jabalí entre los miles que pueda haber en una dehesa o monte aclarado. Cierto es que, además, el cazador no sufre de igual manera el rigor climático al estar en movimiento continuo frente a la incomodidad (meritoria) de las frías esperas invernales. Sin embargo, un gran impedimento del rececho nocturno es que, generalmente, no puedes recechar ni tirar en el monte o bosque matorralizado como consecuencia de la falta de visibilidad. El rececho queda reducido a zonas de pastos, dehesas o cultivos. Por ello, en el rececho nocturno, al contrario que en la espera, es preferible demorar la salida hasta que entre bien la noche y asegurarnos así que los animales hayan salido a los claros en busca de alimento, además de estar más tranquilos que en los primeros momentos de la noche.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row css=".vc_custom_1501156752505{background-color: #f1f1f1 !important;}"][vc_column][vc_column_text]RECONOCER AL MEJOR MACHO El jabalí es una especie de escaso dimorfismo sexual, más aún en la oscuridad de la noche donde sólo se distinguen bultos y siluetas. Su color es especialmente oscuro y lo hace destacar en rastrojos o pastos agostados, pero no tanto en barbechos o con el monte tras él. A veces, en las largas noches de invierno, los jabalíes llegan a tumbarse en mitad de los cultivos o bajo árboles a descansar, hecho que puede parecer inverosímil para muchos cazadores. Esto es común en las largas noches de invierno o cuando abunda el alimento, pero raro en las noches de verano por su corta duración, donde deben emplear las escasas horas de oscuridad para alimentarse. La determinación del sexo es bastante compleja y es preciso fijarse tanto o más en el comportamiento del animal que en las posibles diferencias morfológicas. Si el animal está próximo, puede apreciarse la silueta delatora del sexo: ancha en la parte delantera del animal y escurrida de atrás en los machos. El hecho de que se trate de un animal solitario es muchas veces sintomático de que se trata de un macho (salvo algunas hembras en paridera), pero es frecuente encontrar machos que se acerquen a piaras de hembras jóvenes y permanezcan con ellas, especialmente en la época de celo. Entonces habremos de ser muy observadores y pacientes para fijarnos en factores como que el macho siempre va un tanto separado del grupo, echando a jóvenes que le puedan molestar y a menudo tras la hembra dominante de la piara. A veces en piaras muy grandes pueden coexistir varios machos y el de aparente mayor envergadura, a veces difícil de apreciar, no es necesariamente el de mayor trofeo. Así, es importante observar cuál es el macho dominante de la piara (el más viejo) y esto requiere experiencia y paciencia. Esta última se hace muy difícil de mantener cuando uno se encuentra a unos pocos pasos de los animales.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]CUESTIÓN DE OÍDO. [caption id="attachment_21435" align="alignleft" width="400"] Aproximarse sigilosamente al gran macho tras identificarlo correctamente resulta fundamental a la hora de asegurar al máximo el resultado del rececho nocturno.[/caption] El rececho requiere de una fuerte experiencia en identificar al gran macho y saber aproximarse sigilosamente. Por ello, resulta fundamental llevar un calzado que minimice el ruido, con suela blanda que amortigüe bien el terreno al pisarlo. Cierto es que el oído del jabalí es bastante peor que su olfato, en contra de lo que muchos cazadores puedan creer. Por ejemplo, los cérvidos oyen mejor y habrá que tener especial cuidado si su abundancia es exagerada, pues el cazador andará más pendiente de las reses cervunas (para no espantarlas) que de los propios jabalíes. Así, mientras que uno nunca puede permitirse que el viento vaya ligeramente en contra, pues su sentido del olfato es infalible, sí podemos conceder algún pequeño desliz en cuanto a ruidos se refiere, especialmente mientras el animal está enfrascado en su alimentación. El propio masticar del animal o el movimiento de piedras y hojas al hozar se hace suficiente para amortiguar el posible ruido que produzcamos en nuestra singladura hacia el animal. Así, habremos de aprovechar precisamente esos momentos en los que el animal se alimenta para aproximarnos. Si el rececho se lleva a cabo acompañado de otra persona, por otra algo parte habitual y recomendable, se puede sacar partido de esa compañía para que mientras uno observa (con los prismáticos) si el animal vigila o se alimenta, el otro aprovecha para aproximarse, eso sí, mirando de soslayo a su compañero, esperando que éste haga una señal (por ejemplo alzando el brazo) en el momento en que el animal levanta la cabeza y así dejar de caminar con el fin de evitar que el jabalí se percate de nuestra presencia.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row css=".vc_custom_1501156400961{background-color: #f1f1f1 !important;}"][vc_column][vc_column_text]LA ÓPTICA ADECUADA  PARA EL RECECHO DE JABALÍ Ni qué decir tiene que la óptica ha de ser la mejor para la visión nocturna. Hemos de poder distinguir bien las siluetas de la noche en momentos críticos en los que, por ejemplo, una nube se cruza ante la luna. Así, los prismáticos han de ser de gran luminosidad (diámetro amplio y bajos aumentos, como 7×50) y necesitaremos un buen visor de gran diámetro para facilitar la entrada de la preciada luz, pero no requerimos muchos aumentos, ya que el lance suele producirse a distancias menores de 50 metros. Claro está que esto supone llevar más peso (la óptica es más pesada) pero el factor claramente limitante es la luz y hemos de buscar una mejor visión a costa de algunas comodidades. Una vara de apoyo es siempre útil cuando se va a disparar en zonas abiertas donde no existen árboles ni puntos posibles de apoyo, lo que nos permite reducir el efecto del peso del visor, otorgando una mayor estabilidad al arma en el momento del disparo. Tampoco hemos de preocuparnos por ser vistos (por los jabalíes). Su vista es bastante deficiente, no así la de los cérvidos, zorros y búhos, que pueden detectarnos desde lejos. Especial cuidado hay que tener, de nuevo, con las reses de otras especies, ya que al espantarse ellas alarman a buena parte de la fauna aledaña. Esto se puede reducir con paradas o esperas en zonas sombreadas (bajo árboles), mimetizándonos en la noche con el posible inconveniente de espantar a algunas ruidosas aves (como las palomas) que utilizan esos árboles como dormideros.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Ramón Perea García-Calvo  [/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
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