Escribía en una entrega anterior sobre aquellos aspectos que más dañan la imagen pública de la caza y los cazadores. Creo que en cierta forma el colectivo los tiene bien interiorizados aunque siga cayendo y tropezando reiteradamente en la misma piedra. Lo que quizás no sepamos, y es cara de la misma moneda, es poner en valor nuestra actividad. No nos sabemos vender o nos vendemos muy mal.
No voy a entrar en las consabidas y ciertamente contundentes razones que sostienen el argumentario de defensa de la caza, desde el aspecto económico a la conservación medioambiental. Eso también nos lo sabemos bastante bien.
Pero hoy la sociedad, la opinión pública, se establece también por impactos sentimentales y emocionales que son los que configuran la sensación global tanto para lo positivo como para lo negativo, y es ahí donde lo tenemos verdaderamente mal. Es ahí donde tendríamos que aprender y hacer llegar mensajes muy diferentes a los que golpean habitualmente retinas y piel de las gentes.
Empezaré por el que quizás sea el más claro y donde bien se podría hacer cambiar la percepción de la mayoría. Nuestros perros deberían ser nuestros mejores aliados también en esto. El mejor compañero del cazador puede ser ahora el que más le ayude a desterrar una imagen perversa sobre él.
Y de paso a contrarrestar la campaña sistemática que contra nosotros se hace de manera continua y torticera. La felicidad y cariño de nuestros perros es algo tan general como evidente. Y eso es lo que debemos de continuo mostrar.
El perro del cazador es la mejor ‘publicidad’ que la caza tiene. Él ha de ‘hablar’ por nosotros y no precisamente en el lance de caza sino en todo lo que es la convivencia y relación con el cazador y su entorno.
Cada vez que nos mostremos juntos, que enseñemos nuestro vínculo, nuestro afecto y compenetración estaremos ganando cuotas de simpatía general. Y sobre todo poniendo en valor que el perro del cazador es más perro, más realizado y más feliz que el resto de sus congéneres sin función.
Otro aspecto de nuestra mejor venta ha de ser el de la ‘socialización’. Si hay una actividad trasversal, popular, de las gentes del común y de a pie es la caza. ¡Y sin embargo tiene una imagen elitista! Es ese otro de los aspectos que deberíamos comenzar a destacar y a poner en valor.
Es eso lo que deberíamos exhibir por encima de muchas otras cosas. Da igual que sea esa cuadrilla que ese pueblo pequeño donde la caza es la actividad social y comunitaria por excelencia alrededor de la cual se conjuntan y encuentran. Esa es además nuestra mayoritaria seña de identidad. Pues hagamos que sea también nuestro mensaje esencial.
Al igual que estos dos aspectos pueden ir saliendo, a nada que se pongan a pensar, una ristra de acciones que realizamos de manera continua y que sin embargo son las que ‘no salen’ en los medios de comunicación. Lo que hacemos en el campo, lo que cuidamos, lo que mejoramos, de lo que nos preocupamos. Nuestras labores más allá y durante tantos meses antes de esa acción de cazar.
Estoy seguro que cada uno de los que me están leyendo, además, aportaría ahora mismo toda una retahíla de elementos positivos a mostrar a una sociedad que nos desconoce y cuya ignorancia concluye en el peor de los prejuicios contra nosotros.
Y quizás sea esta la conclusión. Tal vez el error peor que hemos cometido es encerrarnos, ocultarnos, pero ahora tenemos la inexcusable obligación de afrontar el darnos a conocer. Pero darnos a conocer en positivo, darnos a conocer sabiendo que es lo mejor que podemos mostrar.
En suma, ‘sabernos vender’.
Antonio Perez Henares