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Viernes, 29 de marzo de 2024

Monterias de caza mayor

La torada de venados

Aconsejado por la mayoría de los monteros que conocían la mancha, Lolo Mialdea optó por hacer uso de su escopeta repetidora y de las balas recargadas que le proporcionó un buen...

La etica del montero. O se es montero o no

[vc_row][vc_column][vc_column_text]La teoría es bien sabida por todos: antes de salir al monte, revisemos que llevamos todo lo necesario en el morral. La documentación, las balas, el cuchillo... Pero en la práctica, aunque nos parezca mentira, suele ser habitual que se nos olvide algo tan importante como poner nuestro rifle en tiro. Por eso, querido montero, le recomendamos que “no deje para mañana lo que pueda hacer hoy”. Y como muestra, un botón.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]No lo deje para mañana si puede hacerlo hoyO se es montero o noUnos días antes del 30 de enero de 1998 me llamó Rafa Ruda por teléfono, pues se monteaba la mancha de Carboneros, de La Loma de La Higuera:–Lolo, ¿dónde te quieres poner?, que esta vez te toca elegir.Y yo, para no variar, me salí por los cerros de Úbeda.–En el 3 de Las Alcornocosas, que tengo un volunto –le contesté sin dudarlo.–Pero tú estás loco? ¿Allí, con la malla de por medio y con un tiradero kilométrico?–Tú ponme allí. A ti te quito un compromiso y ya hablaremos después de la montería –le contesté riendo.–Bueno. Ya sé que te gustan los puestos de ver mucha montería, pero… ¿allí? En fin, tú mismo.Aquel día de últimos de enero amaneció con la orilla chungaleta, nublado y lluvioso, pero con esa agüilla mansa y sin viento que para nada molesta mientras no la acompañe la niebla o el viento. Y  no sé por qué estaba seguro de que me iba a tiznar pegando tiros, que le tenía echado el ojo a aquel balcón desde hacía tiempo.Como el día estaba tan tontorrón para quien acompaña al titular del puesto, mi mujer, Isabel, como siempre por entonces, se vino con nosotros María, esposa de J.L., gran amiga y señora, y así se daban compaña. Lo que un servidor no suponía era la cuchufleta que me montaron dados los acontecimientos.El puesto, que no paso, estaba colocado en el carril que recorre la umbría de Las Alcornocosas y bien por lo alto del arroyo que hace linde. Pero enfrente, aunque muy largo, tenía un precioso pandero donde raleaban los pinos pero que mantenía el suficiente monte como para que lo tomaran bien las reses. Era, pues, sitio comprometido pero muy seguro de tirar.Al rato de soltar en la linde de Las Piedras de la Sal, y habiéndonos ya superado la mano de rehalas, se encendió una ladra en el barranco de la derecha que al poco cesó. Y cuando ya no creía que nos fuera a cumplir nada, un tremendo y negrísimo cochino nos apareció cimbreando de izquierda a derecha. Estaba largo, muy largo, pero con tanto espacio por delante vi la posibilidad de quedarme con él con lo puesto que estaba con mi .270 Win. Así, sentado como estaba, le eché el visor y comencé a seguirle la carrera esperando a que llegara a distancia algo más corta. Cuando lo creí oportuno le mandé la primera bala, que no hizo otra cosa que convertir el trote que traía en franca carrera.[caption id="attachment_6140" align="alignnone" width="911"] El venado que logró abatir y cobrar Lolo Mialdea pese al imprevisto que le surgió en medio de la montería.[/caption]Algo no iba bienMientras lo tuve a tiro, le pegué otros tres apuntando a conciencia, pero aquel hermoso ejemplar no los acusó y me di cuenta de que allí pasaba algo, recordando que llevábamos tres días seguidos monteando y que me había caído un par de veces. En mitad de un cabreo monumental, les dije a mis dos “secretarias”:–Esto es rarísimo, y no se me ocurre otra cosa que el visor esté desafinado.–Venga, Lolo, que todos nos los vas a abatir –me dijo Isa con una miajilla de sorna.–No es eso, mujer. Es que no le he visto ni entrar los tiros –traté de explicarle.–Yo he visto dar las balas atrás y muy abajo –se sumó María a la discusión.–Ahora que lo dices, es verdad –convino Isa.–Pues con razón no veía yo enterarle los tiros. Esto es seguro del canuto –me reafirmé en mi primera sensación–. Y antes de que no tenga solución lo vamos a comprobar, ya que aquí no molestamos a nadie. ¿Veis la lastra grande que hay en el talud del carril de enfrente?–Sí –dijeron a la vez.–Pues fijaos bien en donde da el tiro, que voy a apuntar apoyado y con el pelo calado –les advertí.La piedra en cuestión tendría sus buenos tres metros cuadrados y era perfectamente plana, quedando perpendicular a nosotros al estar contra el talud. Me puse cómodo y afiné a muerte, dejando que me sorprendiera el latigazo del rifle. ¡Hasta yo vi el chasponazo de la bala en las roderas del carril!–Uf, eso está fatal. Tira muy abajo y a la derecha –dijo Isa.–Fijaos ahora –les dije, y quitando el visor apunté a la antigua usanza. Al tiro vi saltar polvo, señal inequívoca de haber cogido roca en día tan húmedo, y al disiparse éste miré con los gemelos y pude ver el desconchón en mitad del peñasco.–En el centro. ¡Problema resuelto! –exclamó Isa.–Ni hablar, los inconvenientes solo acaban de empezar. Y eso sin pararnos a recordar el que se ha ido –exploté.–¿Y cómo es eso? Ahora ya puedes apuntar bien –dijo María.–Sí, pero a ver quién es el gracioso que se queda con las reses sin visor, corriendo y a más de 200 metros.Huelga comentarios y por mi parte ya me estaba viendo tirando por tierra un buen puesto.Al rato tiré un venado que se costeó aún más arriba que el marrano, y lo fallé. Sólo le pegué dos tiros porque era tontera echar balas al tuntún para ver si sonaba la flauta. ¡Si al menos se me parara alguna res…![caption id="attachment_6141" align="alignnone" width="1035"] Los perros no consiguieron dar con el venado, pero Lolo sí fue capaz de localizarlo. Y además, se llevó una grata sorpresa durante el pisteo.[/caption]Otra oportunidadMás tarde, un piarón de ciervas, acompañadas por un venado medio regular, se nos dejó venir derechito a la malla y allí se arremolinaron antes de que la guía decidiera si tomar para arriba o para abajo. ¡Era mi oportunidad!Tomé puntería alineando alza y punto de mira y la bolilla casi me lo tapaba por completo. De todas maneras, con la confianza que da saber que no se me reprendería si “cascaba” una cierva por accidente, esperé a que se me cruzara y apreté el gatillo suavemente. Al tiro, el venado juntó los cuatro remos y emprendió una alocada carrera malla abajo, arropado por su harén, y a pesar de saber que iba tocado de muerte, le solté otra bala que, lógicamente, no hizo blanco. ¡Una cosa era jugársela a res parada aunque estuviera lejos, y otra bien distinta tirar a la carrera!El bicho, para mi sorpresa, no siguió costeando, sino que tomó cañada arriba, cosa que al principio me preocupó un poco, pero sabía que tarde o temprano doblaría, y más cuando mis dos bellezas me dijeron:–El venado va dando sangre por el codillo.En fin, el lance estaba jugado de la mejor manera posible y al final lo rastrearía, pues como había dejado de llover y clareaba el día, no habría problema para seguirle el rastro.La montería seguía en plena efervescencia y al ratillo se me costeó otro cochino por los pasos del primero, aunque éste era considerablemente menor.Siguiendo mi máxima de que la única bala que no mata es la que no se tira, le solté tres zurriagazos a ver si alguna bala lo paraba, pero por mucho que lo apunté con toda mi alma, lo único que conseguí fue darle carreritas.Sin tener nada que ver, no pude evitar recordar aquella vez en la que, monteando Las Mesas, se me quedó una bala atrancada en el cañón y tiré por alto más de media montería hasta conseguir una escopeta y nueve balas que me cedió mi vecino. Y cuando pude haberme quedado con al menos cinco reses, solo cobré dos… y gracias. Total, que me había pasado lo que ya suponía en cuanto me quedé sin canuto.Me entraron otro venado y un cochino, pero aún más lejos, y cuando los apuntaba los tapaba completamente con el punto de mira. No quise tirarlos porque aquello eran ganas de echar reses al pudridero con tiros sucios si por casualidad les daba.Mas a última hora tuve una pequeña compensación. Sin saber de dónde habían salido (juraría que habían aguantado el chaparrón de tiros sin moverse de sus encames allí enfrente), se me apareció una jabardillo de primalones ya creciditos y, a base de “escribir” mucho y quemarles las seis balas del cargador, pude quedarme con uno en el sitio y ver otro huir seriamente tocado por el mismo sitio en que se me tapó el venado herido.Como aquello ya estaba terminado, le pedí a Isa que bajara con el coche y regresara por el carril de enfrente a recogerme, mientras yo, solo con los zahones, el cuchillo y el rifle, me descolgué para iniciar el cobro. Le dejé a mi mujer en el carril un mote a base de una brazada de monte con una piedra encima para que no se pasara del sitio. Crucé la malla por una gatera y me fui derecho a buscar los rastros del venado. Los encontré de momento y los seguí sin hacer caso de la otra pista de sangre que crucé y que era la del cochino, porque en el campo, si se hace más de una cosa a la vez, acabas perdiendo los dos rastros.Intentando cobrar el marranoSin problema di con el venado a la volcadilla y, tras marcarlo oportunamente, me descolgué arroyo abajo, por lo más afable, llevándome la sorpresa de dar con el marrano al poco. Estaba frito en el cauce del regajo.–¡De narices! –me dije–. ¡Ya no tengo que reiniciar la búsqueda en mitad del pandero!Pero si grande fue esta primera sorpresa, mucho más lo fue darme de bruces con otro cochino un poco más abajo.–¿Esto qué leches es? –me pregunté sorprendido mientras componía el campo.Por la sangre, supe que este segundo era el que yo vi irse pinchado por mí, pero entonces… ¿de quién era el otro? Me volví por mis pasos hasta el primero y resulta que las pistas llegaban en sentido contrario, cosa en la que no había reparado al suponerlo mío. Recordé entonces que Jesús del Campo estaba puesto en el cortafuegos que parte la mancha y que lo había visto tirar y luego comentar con el walkie, que lo llevábamos todos los amigos en la misma frecuencia, que había tirado un marranete y que se le había ido tocado.Total, que arrastré los dos primales al carril, subí a marcar el otro que se quedó en el tiro y, en cuanto que llegó Isa, cogí la emisora y llame a Jesús:–A ver, Jesús, ¿me recibes? Soy Lolo, cambio.–Te recibo, te recibo, Lolo. Dime, cambio.–Jesús, ¿tú has pinchado un cochinete que ha corrido al barranco de poniente?, cambio.–Sí, daba sangre, pero la perdí enseguida. Y como esto está tan “laero”, opté por dejarlo. ¿Por qué lo dices?, cambio.–Porque te lo he cobrado yo en el arroyo, que te vi tirarlo y no puede ser más que el tuyo, cambio.–¡Joer, cojonudo!, muchas gracias tío, cambio.–De nada, ¡luego nos vemos!, corto.–OK, cierro.Puestos a echar cuentas, salí medio airoso de una situación jodidilla. Había cobrado dos marranos y un venado, fallado otro sin visor y dejado de tirar otro más y un venado. Pero lo realmente doloroso fue tirar el primer cochino, que seguro que era un bicharraco, con el anteojo fastidiado. ¡Una pena, pero así son las monterías… y los monteros, a veces demasiado abandonados!En cuanto al cochino que le cobré a Jesús… ¡qué decir! Algunos se lo habrían apuntado, pero entre amigos no cabe siquiera planteárselo. ¡Ni entre amigos ni aunque hubiera sido un perfecto desconocido! O se es montero o no, y eso implica una ética inviolable. PD: No tardé en subir nuevamente a Las Mesas, y aunque me costó media caja de balas, dejé el canuto de dulce. •Texto: Lolo Mialdea Lozano Fotos: Félix Sánchez y autor[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Seguridad en monterías

El manejo de las armas, la colocación de los puestos, el momento del disparo… Son varios los aspectos que debemos tener en cuenta a la hora de disfrutar de nuestra modalidad de...

Las cualidades del montero

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Componer el campo, saber contenerse y sacarle el partido a un puesto de montería son algunas de las cualidades que debe poseer un montero de los de verdad, además de respetar los valores que representan a esta modalidad tan tradicional. ¿Será esta la clave del éxito? Lo narrado por el autor de esta crónica en las siguientes líneas así lo demuestra.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Mi amigo Jesús del Campo le había comprado la famosa finca de Cebrián al no menos famoso torero Espartaco un par de años antes y ya decidió que era hora de darle a aquello un “meneo” con las lógicas limitaciones de quien quiere mejorar la calidad de las reses, ya de por sí buena cuando la dejó el diestro, como teníamos más que visto al transcurrir el carril de acceso a La Loma de la Higuera por la linde durante varios kilómetros.Aquel 22 de noviembre de 2002 yo iba ilusionadísimo, pues volvía por aquellos andurriales tras 35 años, cuando la monteé un par de veces a invitación de Rafael Canals, que la tenía arrendada, aunque no sé por qué la denominaba Cerro Abanto cuando se trata solo de una de sus manchas.Nos concedió Jesús un cupo saladísimo de dos venados chicos, una cierva, cochinos los que entraran y una muflona o muflón chicuelo. Luego, como suele suceder, la mitad de la mitad, pero lo pasé realmente bien y no puedo quejarme de cómo se me dio personalmente.Paisaje típico de esta zona de la donde está ubicada la finca Cebrián.Me mandó Jesús al 10 del río y por un momento recordé con pánico el “carduzón” que nos pegamos mi tío Beni y yo cuando Rafael nos mandó al río Arenoso. Aquello fue tremendo, incluso para mí, que estaba fortísimo entonces. Resultó al final que a donde iba colocado era al carril del río, contra la malla de la linde con Mañuelas.“Leyendo” el campoTras sentarme cómodamente y encender un cigarro para comprobar el aire, compuse el campo y me gustó la cañadita que tenía enfrente, que era toda una promesa. Las bajeras estaban razonablemente limpias, pero a eso de 100 metros todo se volvía denso pinar y bolos graníticos repartidos por aquí y por allá.Fruto de este obligado ritual, y sin descartar en absoluto que algo rompiera a lo despejado, llegué a la conclusión de que la inmensa mayoría de las reses que entraran lo harían tapadas por el monte de arriba o por su mismo borde. Lo del aire era otra cuestión: soplaba sosquinado del norte y muy flojo, de modo que iba a estar a expensas de que no revocara en el momento más inoportuno. No hay que ser Covarsí para llegar a tales conclusiones, solo tener experiencia. Lo primero que se movió, mucho antes de la suelta, fue una piarilla de muflonas que entraron muy tranquilas pero al límite de mi visibilidad, entre los peñascos, los pinos y el monte de umbría que a duras penas sobrevivía a la acidificación del suelo producida por las acículas de las coníferas. Francamente, la cosa no tenía mucho chiste para mí, aunque era mi deber intentar hacer el cupo, porque si Jesús quería quitar algunos de aquellos bichos, el sabría por qué… Que nadie se tira piedras a su tejado y menos un tío que llevaba media vida gestionando fincas de reses.[caption id="attachment_6148" align="alignright" width="300"] El autor esperando impaciente la entrada de alguna res en el puesto.[/caption]Mentiría si dijera que no pasé momentos tensos de esos que tanto nos gustan a los monteros. Primero, buscando un machete entre las “ovejas”, y luego, intentando clarear a través del campo de visión del anteojo una hembra para tirarla, pero no hubo manera. Las “malditas” se movían como los jabalíes, siempre cobijadas. Se me perdieron en su careo y luego no volví a ver ni rastro de animalitos de su especie a los que quitar de penar entre aquellos breñales, pero no fue óbice para que me tirara toda la montería con la esperanza de que me volvieran a entrar.Aparte de alguna cierva que ramoneó camino del encame por los pasos de los “ovejos” aquellos, nada sucedió hasta la suelta, pero me di cuenta de inmediato de que el paso estaba mal colocado y que su sitio era “resubido” como 75 metros cañada arriba, desde donde se dominaba bien la que evidentemente era la corrida de las reses. Por supuesto, no me moví de la tablilla, pero tomé buena nota para comentárselo después a Jesús, ya que no sabía si, al llevar poco tiempo allí, había dejado los pasos abajo adrede para que no le descastáramos la mancha o es que no sabía que las reses, como en tantos sitios, no se acercaban a la malla ni locas… y hay que adelantar la armada completa si se quiere hacer algo.Al poco de soltar arriba del todo, lo que al principio fueron tiros sueltos se convirtió en un chorreo de latigazos, y a mí me entraron varias ciervas ¡Todas por el mismo sitio! “¡Maldita sea la vaca!”, me dije, pero aguanté la tentación de adelantarme como me mandaba la experiencia. Esto se multiplicaba exponencialmente a medida que se acercaban las rehalas, e incluso llegué a ver un par de venados de los tirables en sendos “trasluzones”, y también un buen macho, pero en las mismas circunstancias.Y apareció el “manco”Estaba ya que ardía cuando oí tirar al vecino de arriba y a la nada sentí el trote de una res carril abajo. Me apresté a recibir como se merecía lo que debía de ser res cervuna en rango de cupo cuando para mi sorpresa lo que apareció fue un hermosísimo venado con una mano partida por el nacimiento. “Desmangarrillado” como iba, tarde o temprano lo cogerían los perros, o si por cosas del azar se salvaba del agarre, su muerte sería cierta aquella misma noche.“¡Dios mío! ¿Qué hago?”, pensé en décimas de segundo e hice algo de lo que me arrepentí (aún hoy pienso que obré mal) en cuanto perdí de vista el venado camino del pudridero: ¡No lo tiré aun cuando todas las leyes de la montería así lo demandaban! Hay que evitar hacer sufrir a los “bichos” por encima de cualquier otra consideración.Reflexionando a posteriori, llegué a la conclusión, tonta a todas luces, de que no lo había rematado por no incumplir el cupo que no incluía venado grande, no dar que hablar a quienes al quitarse de sus posturas vieran aquel “pavo” abatido a mis pies, y no tener que darle explicaciones a Jesús a la vuelta, teniendo a la vez que culpar a un amigo de tirar lo que no debía.“¡Joer, joer, y mil veces joer!”, me repetía. Increíblemente había hecho lo que no debía por el “qué dirán”, lo que me convertía de inmediato en un “cagueta”… que supo contenerse.Me sentí fatal durante un buen rato, no tanto por la suerte que corriera el venado, sino porque me sentía un miserable cobarde. Cierto es que no me dio tiempo a pensar y que actué por instinto, cosa que, según se mirara, aún empeoraba más las cosas si cabe.[caption id="attachment_7030" align="alignleft" width="400"] Los perros se emplearon a fondo para llevar las reses hacia las posturas, pese a que muchas se volvieron hacia ellos.[/caption]Ocurre que con tanto catering y lujos, se nos ha perdido el antiguo espíritu de la montería y todo el mundo sale corriendo en busca de los manjares que aguardan servidos en lujosas mesas y atendidas por solícitos camareros (ahora también bellísimas azafatas). Pocos son los que se quedan en el campo a mirar las pistas y averiguar la verdad de un lance, y mucho menos el dueño de la finca, que bastante tiene el pobre con atender a sus invitados.La conclusión es, pues, bien sencilla: o te quedas tú con el marrón y quedas como un informal, o tienes que acusar a un compañero. Si esto haces, has de llegar hasta el final, y si es menester y el propietario no puede, tendrás que conseguir que se nombre juez a un montero de reconocido prestigio que baje al monte y confirme tu tesis, que en mi caso estaba más que clara al traer el venado rastro de sangre y mostrar en sus pistas una cojera palmaria.¿Mas qué supone eso? Causar molestias y hacer pasar un mal rato al amigo que te ha convidado a su casa para que montees como un rey. Total, que, mirado fríamente, hice bien en no rematar, pero con la conciencia en la mano y desapasionadamente, como ahora mientras escribo. ¡Maldita sea! Debí tirar y que me partiera un rayo si eso es lo que Dios quería.Sin tiempo para pensarAfortunadamente, los acontecimientos me sacaron de aquellas cavilaciones. De pronto se encendió una ladra y de inmediato sentí el romper de monte de las reses en desaforada carrera, que, empujadas por lo perros, venían mucho más bajas.Se metieron en el regajillo que tenía a la derecha y apareció, formando el típico cordón, un buen grupete de cervunas. Una a una, conforme aparecía en lo limpio, las iba siguiendo con la vista y el rifle encarado, y rompieron al final de la piara una collera de venados de ocho puntillas. “¡Esta es la mía!”, me dije.Como siempre que el terreno me lo permite, y en este caso rozaba lo razonable, me fui con el segundo para no doblar al de delante y le dejé ir una bala. Y, como estaba casi seguro de haberle dado en sitio mortal aunque no cayera, busqué de inmediato al primero y, cuando pude echarle la cruz encima, ya lo tenía de culo en busca del amparo del monte. Dos tiros me sacó, pero al final cayó redondo.Busqué con premura el otro venado por si hacía falta rematarlo y no lo encontré por ningún lado. ¿Se me había ido o lo había pinchado malamente y tendría que rastrearlo al final? Para saber Dios. En el momento cumbre de la montería, con los perros encima, no me iba a parar en disquisiciones filosóficas ni más zarandajas. Ya tendría dentro de un rato tiempo para comerme el coco.[caption id="attachment_6150" align="alignnone" width="1244"] El trabajo de perros y perreros fue inconmensurable. Estuvieron a la altura de la finca, de las reses y de los monteros.[/caption]Estuve entretenido mientras los perros andaban cerca y más que pendiente durante esa crucial media hora en que con tanta frecuencia entran reses vueltas de los perros. Nada me entró, pero, a juzgar por el zambaleo de tiros que se oía, bien podía suceder en cualquier momento. Transcurrido un tiempo razonable, me permití sentarme y relajarme un poco, pero sin descuidar ni un momento “mis dominios”. Le di un tiento al tintorro, encendí un cigarro y comprobé que el aire seguía firme del noroeste. Solo entonces me permití pensar en el venado que se me había ido.Como dije, seguía convencido de que la bala había “cogido” carne, lo cual no significaba que lo fuera a cobrar con seguridad. A la vista no lo tenía… y eso solo significaba que había huido para arriba, con las ciervas. Sin duda, una mala señal.Por otro lado, caí en la cuenta de que a las ciervas las llegué a ver perderse tras abatir el segundo venado y con ellas no iba el interfecto. Miré pues mi regajo con meticulosidad desde mi silla por si estaba tras alguna mata y no lo veía, pero eran tan pocas que perdí toda esperanza de que se hubiera quedado allí cerca.Lo que me tenía un poco cabreado era que no había sido capaz de cobrar ninguna cierva, pues las que me habían entrado tirables iban con los venados y, claro, lo primero es lo primero. Pero presentarse en la junta sin ninguna hembra en el haber podía ser interpretado como que no había querido tirarlas, y eso sienta fatal al gestor de la mancha.¿Conseguiría la cierva?Casi al final, y en medio de un silencio absoluto roto solo de vez en cuando por algún tiro suelto, creí ver algo que se movía en lo más lejano de mi tiradero, arriba y a la izquierda, donde, al ser medio solana y ralear los pinos, más espeso estaba el monte.Cogí los gemelos y enseguida vi una “linda señorita” que avanzaba tomando todas las precauciones del caso. Andaba un paso y se paraba, siempre con el aire de cara. “¡Tienes cosas de cierva vieja!”, me dije, y cambié los prismáticos por el rifle.[caption id="attachment_6151" align="alignnone" width="916"] La armada que le tocó a Lolo Mialdea colocándose en sus posturas.[/caption]Elegí el .270 por la distancia y por poder subir los aumentos por encima de 4, máximo que me permitía el Zeiss del FN. Lo puse en 6 al considerarlo adecuado y me lo encaré. Como ocurre cuando uno está muy hecho a un arma (se convierte en la prolongación de uno mismo), apareció al instante en la retícula del anteojo… ¡Pero estaba difícil de narices! Tan tapada entre jaras y troncos de monte de cabeza, podría tragarse la bala.Dudé si tirarla porque no me gusta fallar (¡qué jodidos somos!), pero, como la montería se acababa, irremisiblemente decidí jugármela. Tenía que buscarle un hueco entre el monte por donde pasara la bala y, para más dificultad, colocársela en sitio mortal. De este modo, sin levantarme, crucé las pierna para tener mejor apoyo al estar la res en alto, le metí el centro de la cruz donde adivinaba el codillo y esperé a que se moviera.Trascurrieron lentos los segundos y, cuando ya me cansaba de sujetar el rifle y notaba que empezaba a temblarme el pulso, dio por fin un pasito y yo monté el pelo como un rayo, hice puntería y apreté con suavidad el gatillo. Tras el sorpresivo culatazo, me di cuenta, ya que verla no la vi, de que había caído redonda. Una satisfacción difícil de explicar me invadió por dentro. Y es que culminar con éxito un lance difícil llena lo que no está en los escritos.Muchas veces habrán leído quienes me sigan que considero, depende de las circunstancias, a una cierva tan digna oponente como el más gallardo de los venados. ¿Qué había tenido más mérito, el venado que entró anunciado y a distancia conveniente y por lo limpio o esta cierva tapada? Para mí, la contestación no ofrece dudas.Contento con aquel colofón, guardé los archiperres innecesarios y me dispuse a marcar las reses, pero empezando por rastrear el venado que se me había ido.Subí los 30 metros que me separaban de donde lo había tirado y no necesité mucho para dar con un gran espurreo de sangre, a pesar de que el suelo estaba allí cubierto por rojizas hojas de quejigo. Era sangre de un rojo vivo, arterial por tanto, y, tras fijarme mejor, vi un pedazo de hueso de costilla. “¡Tardaré lo que sea, pero a ti te cobro yo como que me llamo Lolo!”, me dije satisfecho de que el que creía perdido, más o menos lejos, estaría muerto.Como unas castañuelas, rifle al hombro por la correa, empecé a seguir la pista sin dificultad. Y como esta me acercaba al que estaba muerto desde el principio, fui quemando etapas con tranquilidad… y cuando menos lo esperaba, tras una piedra y dentro del gajorro del arroyo, me encontré con el “bicho”. No había andado ni 50 metros y aquello explicaba por qué no lo vi caer. En el frenesí de tirar el otro, no me había fijado en éste. Tan contento estaba (¡qué poco importa el tamaño de la res!), que me besé la punta de los dedos y me los llevé a ambas mejillas. Ahora sí había cumplido con el paso.Recuerdo la merienda como una de las mejor servidas y me dieron las tantas de charla con los amigos. A Jesús nada le dije del venado herido: ¿para qué hacerle pasar un mal rato cuando más feliz debía sentirse? Texto: Lolo Mialdea Fotos: Félix Sánchez y autor[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
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