Bisonte

Buey almizclero en Canadá y Groenlandia

Una misma especie en dos escenarios diferentes

Pese a que el objetivo que perseguía el cazador era el mismo: abatir al esquivo y poderoso almizclero, el entorno y las condiciones climatológicas propias de cada zona eran muy distintas. El Círculo Polar Ártico es esa delgada línea que condiciona totalmente el desarrollo de la cacería. Por encima de ella, el frío extremo es casi inhumano, mientras que al sur, la Corriente del Golfo dificulta la formación de placas de hielo, dejando al descubierto la piedra y el pobre pasto de varios kilómetros de suelo y mostrándose el mercurio algo más cortés hacia sus habitantes.

A continuación relataré dos cacerías del mismo animal, el buey almizclero, en zonas completamente diferentes, con paisajes, condiciones climatológicas y métodos de caza incomparables por lo distintos que son, pero donde las características del animal y su comportamiento frente al cazador son muy semejantes. La primera se desarrolló en Canadá, por encima del Círculo Polar Ártico, en el año 2004. Y la segunda, en Groenlandia, en 2011, en torno al Paralelo 61, o sea, ligeramente por debajo del Círculo Polar. El animal canadiense es denominado por el SCI como Barren ground muskox (Ovis moschatus moschatus), es de mayor tamaño que el de Groenlandia y sus poblaciones se vieron muy diezmadas por cazadores de ballenas, tramperos y nativos en busca de pieles y carne. En la actualidad, sus efectivos parece que van recuperándose. El animal de Groenlandia, denominado por el SCI como Greenland muskox y taxonómicamente como Ovis moschatus wardi, nunca se ha visto amenazado y se ha utilizado para repoblar distintas áreas, entre otras en Alaska, Siberia y Noruega. Ambas subespecies han cambiado muy poco desde la Prehistoria y, junto con el takin de Asia, son las únicas especies supervivientes de la antigua Tribu Caprini, que aparecieron al final del Mioceno, hace unos cinco millones de años, siendo los más veteranos de la “tribu” a la que pertenecen todas las cabras y carneros.

Cazarlo en Canadá,

una experiencia dura pero inolvidable

Concerté la expedición a través de Cazatur, en julio de ese año, para cazar el buey almizclero y el caribú ártico en la isla Victoria, por encima del Círculo Polar, y cuya caza se abría el 15 de octubre. Y también con el aliciente de cazar a continuación el oso polar al amparo de tres licencias únicas autorizadas para su caza en los islotes de la isla de Broughton durante el mes de octubre.

Al parecer, se llevó a cabo una cacería experimental al oso polar en octubre de 2003 y comprobaron que podría sostenerse comercialmente, por lo que ese año el Gobierno autorizó tres licencias, una de la cuales tuve la suerte de conseguir.

Casi todo a punto

Mucho preparativo, mucho mail y fax con Canada North Outfitters, los organizadores locales, laboriosa elaboración del plan de viaje y, por fin, el 14 de octubre de 2004, salí para Canadá vía Londres. Era una opción que no me gustaba, pues Heathrow es siempre una pesadilla aun sin llevar armas, como era mi caso, pero era la alternativa aparentemente mejor, así que embarqué con Iberia sin problemas (salvo no poder enviar directamente el equipaje a Edmonton) y en Heathrow tuve que pasar una aduana y realizar todos los trámites de billete y equipaje. El vuelo hasta mi escala en Calgary, de casi diez horas de duración, fue bien. Llegué a las 15.00 horas. Tuve que pasar la aduana, reexpedir mi maleta y embarcar para Edmonton a las 16.45 horas.

En Edmonton estaba nublado y había llovido, pero no hacía frío. Llegué, recogí mi equipaje, llamé al bus del hotel Ramada y a las 18.45 horas (2.45 horas del 15 de octubre en Madrid) estaba en mi cuarto para descansar y dormir hasta las 5.00 horas, cuando me llamarían para ir al aeropuerto y seguir a Yellowknife. Hasta ahora todo iba bien… ¡Quizás porque esta vez viajaba sin armas!

En el aeropuerto de Edmonton facturé directamente a Cambridge Bay, mi destino final y principio de la cacería, y me encontré en la sala de embarque a unos españoles a los que saludé. ¡Resultó que iban a cazar donde yo… y las mismas especies que yo! Eran un matrimonio, J.O. y C.G.M., ambos notarios de profesión, y un amigo suyo, S.R. ¡Qué suerte tener compañeros de viaje!

De camino al cazadero

El vuelo hasta Yellowknife fue bueno y la espera para embarcar y continuar a Cambridge Bay duró solo media hora. Yellowknife estaba todo nevado y hacía un frío muy respetable. A continuación, realizamos una parada de 30 minutos en Coppermine (o Kugluktuk, como se llama actualmente) para repostar, dejar a pasajeros y recoger a otros, siguiendo en un vuelo de otra hora hasta Cambridge Bay, en la Isla Victoria.

Entre los que desembarcamos estaban otros seis cazadores (todos americanos, salvo un alemán) que llegaban a cazar el buey almizclero y el caribú ártico el primer día de la temporada, justo como mis compañeros ibéricos y yo mismo. Nos recogió a todos la misma outfitter, Mabel Angotiauk, y en un microbús nos condujeron al hotel Artic Island. Después de instalarnos fuimos en grupo hasta la oficina de wild life para obtener nuestras respectivas licencias de caza. El “grupo ibérico” nos marchamos “de tiendas” y compré unas manoplas para encima de los guantes, pues la cacería se realizaría en trineo, arrastrado por motonieve, y el frío iba a ser pelón. El paseo por el pueblo (que es pequeño, con unos 1.300 habitantes, tres hoteles, dos tiendas, amplias calles, construcciones exentas sobre el suelo y barracones del tipo polar) me puso en guardia, pues el frío cortaba. Todo estaba helado y el poco viento que corría parecía afeitarte en seco.

A las 18.30 horas, Mabel nos presentó a los nueve guardas que acompañarían a los nueve cazadores, que habrían de ir por parejas para mayor seguridad. Obviamente, una pareja serían el matrimonio amigo, con sus dos guías, y a mí me asignaron al grupo formado por S.R., su guía llamado Custler, y mi guía, George Kavanna, de 48 años, con gran experiencia, que me prestaría sus rifles (un .223 para el caribú y un .300 Savage para el buey almizclero). Cenamos un sandwich, ya fuera de hora, pues el restaurante del hotel cierra a las 19.00 horas , y nos retiramos a nuestros cuartos, pues no había a esas horas ni sala de estar, ni bar ni sitio alguno para sentarse de tertulia en el hotel.

Y llegó el ansiado día

Dormí poco, con nerviosismo, probablemente por la cacería que se avecinaba, cosa que no me ocurría desde sabe Dios cuando. El primer día de caza me levanté a las 6.45 horas, desayuné fuerte, pagué el hotel (donde dejé el grueso del equipaje) y salimos a las 9.00 horas todos los cazadores, en grupos de a dos y en trineos enganchados a motonieves conducidas por el guía respectivo. Los grupos fueron dispersándose a la salida de la ciudad, y S.R. y yo nos topamos en nuestro camino con el matrimonio amigo que estaba fotografiando el caribú recién abatido por J.O. Nos detuvimos para felicitar al compañero y ver el magnífico ejemplar que había conseguido, prosiguiendo luego en solitario. Como íbamos a cazar juntos, le había propuesto a mi compañero S.R. sortear el orden, correspondiéndome a mí tirar primero, por lo que vimos un grupo de caribúes con uno de ellos tirable, y al no gustarme le pasé el turno a S.R., que tampoco lo tiró pero continuó con la vez hasta ver uno de su gusto que abatió a eso de las 11.30 horas. Fuerte abrazo y enhorabuena al emocionado compañero, fotos a su bonito caribú, de cuerna uniforme y oscura, que le dejó muy satisfecho. Continuamos con la búsqueda entre centenares de caribúes, en grupos muy grandes, hasta dar con uno que desde muy lejos, con los prismáticos, parecía de gran cornamenta.

Dejamos atrás a S.R. con Custler y fuimos en el trineo hasta cerca del caribú, que estaba solo con cinco hembras. Vi que era bueno. Con los caribúes huyendo a la carrera, tomé el .223 de George, cargué con las manos ateridas de frío (tenía los guantes puestos, pero no las manoplas de piel de caribú) mientras él desenganchaba el trineo y, montados ambos en su motonieve, salimos en persecución del macho que seguía a su harén en la desbandada. Les dimos alcance cuando se detuvieron y, de un solo disparo, le alcancé en el codillo y cayó patas arriba sin moverse de donde estaba. Lo tiré a “cascaporro”, atravesado y sin gloria ninguna. La balita del .223 fue suficiente por la fortuna de darle en el corazón, aunque en todo caso parecen animales poco resistentes. Hermoso trofeo, cuerna larga y robusta, con muchísimas puntas y un doble shovel (palas frontales) en las luchaderas, aunque de color claro por terminar apenas de tirar el correal. Hicimos fotos, aviaron el bicho y nos dirigimos con mucho frío y viento a buscar una cabaña donde pasar la noche.

Luchando contra el frío

Al descargar los trastes dentro de la cabaña, comprobé la temperatura. En ese momento mi termómetro marcaba -19 ºC y el sandwich y todo lo que llevaba en el macuto dentro del trineo estaba congelado. El jamón y el queso del bocadillo eran hielo, la pasta de dientes no salía del tubo por más que apretaras… y menos mal que la máquina de fotos, la de repuesto, y el “tomavistas” de vídeo los llevaba debajo del anorak, al amparo del calor corporal, pues de otra manera se hubieran congelado igualmente. Yo no pasé frío, mi equipo normal para frío reforzado con pantalón térmico de peto, sobrebotas térmicas cubriendo las mías, marca Meindl, y manoplas de piel de caribú ártico encima de mis guantes, me protegió sobradamente. El gorro de piel encima del verdugo de seda y mi bufanda me mantuvieron todo el tiempo muy a gusto, si bien el aliento se helaba delante de la boca y la nariz. Por otro lado, al tener una especie de cabina protectora en mi trineo, no me pegaba el viento directamente en la cara y no necesité las gafas de ventisca. Únicamente sentí un poco de frío en piernas y pies al cabo de horas de inmovilidad dentro del trineo y todos los huesos desencajados de los golpetazos del trineo en los “baches” y agujeros del terreno o la banquisa helados. El guía dijo que habíamos estado algún rato a –30 ºC, pero yo solo sentí frío durante la persecución de los caribúes en motonieve.

Llegamos casi de noche a la cabaña, a orillas de un entrante del mar que formaba una laguna, mejor dicho, una pequeña bahía congelada. La caseta, de contrachapado de madera, no tenía nada en su interior y estaba fría como un cuerno, pero bien aislada, y en poco rato se caldeó algo con los hornillos de queroseno que llevábamos para guisar la cena. Sobre las planchas de goma espuma que utilizábamos de asiento en los trineos pusimos los sacos de dormir y nos acostamos los cuatro. No pase frío, pero mi termómetro marcaba -12 ºC a las 7.30 horas, cuando me levanté.

A por la segunda jornada

La noche estuvo tranquila, estrellada, muy fría pero sin viento ni nieve, y el segundo día de caza amaneció despejado y con sol. Cambié mis botas por unas especiales que me prestó George, aptas para -70 ºC, y a las 10.00 horas salimos en los trineos a buscar el buey almizclero que íbamos a cazar. Pegando tumbos dentro de la barquilla del trineo, pues George conducía la moto como un endemoniado al que se le acabase el tiempo, doblando la velocidad del día anterior, dimos con una manada de bueyes almizcleros a eso de las 11.00 horas. Y como era mi turno, elegí uno muy grande de cuerpo, con buena cuerna, y tras una persecución en la que se dispersó el grupo, quedando él solo con una vaca, le sacudí un tiro con el .300 Savage de George que le partió el brazuelo derecho pero no lo derribó, obviamente por no alcanzarle en un órgano vital, y salió trastabillando dándome la trasera. Cargué varias balas, pues como pude constatar al recargar, George solo había metido un cartucho, y según corría, le metí otro tiro cerca del nacimiento del rabo que lo paró… pero no cayó. Nos acercamos en el trineo y tuve que rematarle en el codillo para derribarle y acortar su sufrimiento. Me sorprendió el aguante a los balazos, la resistencia de este animal (como después pude comprobar con el abatido por mi compañero) y la dificultad de situar bien el disparo por la forma peculiar del animal y las lanas y melenas que le cubren. Por otro lado, la estupidez o candidez del animal te produce una sensación incómoda cuando le estás apuntando, y el disparar es la perpetración, si no de un asesinato, sí de una ejecución sumaria de alguien que no tiene defensa. Si no fuera por la dificultad de llegar al Círculo Polar y el frío que pasas, la caza de este animal no tendría justificación de ningún género.

Continuamos hasta que S.R. pudo abatir su buey almizclero, también bueno y con muy buena testuz. Lo encontramos galopando en la llanura helada mientras huía de un lobo solitario, grande, blanco, que le perseguía con saña pero que abandonó sus intenciones al entrar nosotros en escena. El buey se detuvo y, mientras S.R. le veía bien, el bicho levantaba la pezuña de la mano izquierda como dolorido o escarbando para cargar. A unos 10 metros de distancia tuvo que pegarle cuatro tiros para que cayera y muriese. Con sentimiento de complicidad, le di la enhorabuena a mi amigo, que también me dijo tener cierto amargor después de “perpetrar el asesinato”. Al desollarlo comprobamos que el pobre animal tenía la pezuña delantera izquierda aspeada, con las chitas del casco agujereadas por abajo y la carne a la vista. Aparentemente, tendría que haber sufrido mucho. Ello explica que estuviera solo y fuera perseguido por el lobo, quien a buen seguro lo hubiera matado de no llegar nosotros, visto lo cual nos quedamos más a gusto.

Tuvimos que volver a la cabaña para recoger nuestros enseres y después hacer las más de 30 millas de regreso a Cambridge Bay, dando tumbos en el trineo durante cerca de tres horas. Frío no pasé, pero acabé lleno de magulladuras, con la columna molesta y un fuerte dolor de cabeza de tanto traqueteo en la barquilla del trineo.

Todo lo bueno se acaba

Al siguiente día liquidamos el pago de tasas en la oficina de wild life, dimos propinas y nos explicaron las instrucciones a seguir para enviar los trofeos. ¡Y nos resignamos a esperar otras 24 horas para salir de aquel pueblito! Los pronósticos de vuelo eran malos, pues teníamos una borrasca encima, aunque, afortunadamente, tras horas de espera e incertidumbre, nos comunicaron que el avión había despegado del aeropuerto de origen y venía hacia Cambridge Bay.

Hicimos el embarque en medio de una ventisca de nieve y despegamos sin problema. Llegamos bien a Yellowknife, donde nos quedaríamos J.O. y yo para continuar con la cacería al oso polar, mientras nuestros compañeros regresarían a España después de una experiencia divertida por la compañía e interesante por la lejanía, los territorios visitados y el frío extremo soportado.

De esta cacería, que sí me atrevo a calificar de extrema, destaco la distancia a la que se encuentra el territorio de caza, el frío, la niebla y la nieve, que son una constante durante la cacería, lo breve de la temporada de caza (dos semanas) y lo reducido del número de licencias. Por lo demás, la cacería del animal no presenta interés, se trata de un buey que no teme a predadores como el hombre y que es de una candidez única.

La subespecie de Groenlandia

El buey almizclero (Ovis moschatus wardi) es algo más pequeño de talla y peso que su congénere de Canadá, pero igual de “estúpido”, lo que te permite acercarte sin problema. La abundancia de animales, lo benigno del clima, la distancia a la que se encuentran los cazaderos y, sobre todo, la estolidez del animal hacen que no pueda calificarse como una cacería extrema, como sí lo es la que se practica en Canadá.

Contraté la cacería con el agente Hannes Rei para realizarla en los primeros días de julio de 2011 junto con unos amigos de Valencia, P.M. y P.F. Volé desde Madrid a Copenhague, donde en el aeropuerto me esperaban los valencianos y Hannes para ir al hotel Bella Sky, cercano al aeropuerto, en una zona muy moderna de la ciudad. Nos acomodamos y salimos en taxi a ver la “sirenita” y algo de la ciudad hasta el puerto viejo, donde cenamos.

Al día siguiente volamos con Greenland Air, de 10.00 a 15.00 horas, en vuelo de cinco horas hasta Narsarsuaq, en cuyo aeropuerto nos esperaba el outfitter, Biorne, de Islandia, que tiene la concesión en Ivituut, donde cazaríamos el buey almizclero. Nos llevaron en coche al puerto y embarcamos en una lancha motora, de unos seis metros de eslora, para ir a Narsaq, capital de la isla. En coche nos trasladaron hasta una casa alquilada por la organización para que nos instaláramos y dejásemos el sobrante de ropa que no necesitásemos en Ivituut. Nos trasladamos en coche a una casa alquilada por la organización, antiguo dispensario médico, donde nos instalamos cada uno en un cuarto, con calefacción, cama y ropa limpia. En esta zona está el puerto y las oficinas e instalaciones de la antigua mina, pero la gente vive a un par de kilómetros, en casas multicolores y cerca de la base militar. Buen día, de sol en Ivituut: 61º 12’ 4” N; 48º 10’ 28” W; a seis metros sobre el nivel del mar. Probamos los rifles, yo un Tikka del calibre .300, y luego cenamos y nos acostamos.

¡A por el buey almizclero!

El primer día de caza nos levantamos a las 7.00 horas y vimos un buey desde la casa, pastando donde el día de antes habíamos probado los rifles. Llegaron los guardas locales y salimos a cazar. El jefe de la guardería es Per, antiguo alcalde y personaje local, que llegó con uniforme y prismáticos. Los auxiliares eran Einar y Knud, más dos skinners, todos ellos indígenas de Groenlandia.

Salimos en coche por un camino de tierra que conduce al poblado hasta donde ya habían visto un buey almizclero al borde del camino. Me habían asignado a mí el primer animal, así es que con Per y Knud me dirigí a pie hasta un montículo, detrás del cual había desaparecido el buey. A unos 120 metros le tiré, apoyado en el bípode y panza abajo. Le alcancé bien, rompiéndole el brazo derecho, pero se largó poco a poco mientras Per no me permitía disparar otra vez. Se fue alejando despacito hasta detenerse y nos acercamos un poco para volver a dispararle varias veces más hasta que conseguí abatirlo. Le metí la friolera de… ¡seis tiros!

Tomamos unas cuentas fotos… y a buscar otros bueyes para mis compañeros. Seguimos en coche, y nada más pasar el poblado vimos otro hacia el que se dirigió P.F. Antes de que disparara advertimos otros tres, y P.M. quiso tirar uno que parecía muy grande, junto al que recechaba su compañero valenciano, que se había juntado con los otros. P.M. propuso que ambos tiraran a la vez, cada uno al suyo, pero P.F. prefirió no disparar, dejando vía libre a su paisano, que se dirigió al que le gustaba. Disparó, lo abatió y siguió a por otro mientras P.F. y yo nos quedamos donde estábamos, en compañía de un oficial de marina danés de la base militar que teníamos a la vista. P.M. abatió un segundo buey y Per vino a buscar a P.F. para llevarle caminando a un valle donde había bastantes animales, especialmente en la ladera opuesta a nuestra entrada. P.F., con rapidez y puntería, consiguió cobrar su buey y tuvo que cruzar andando un pequeño riachuelo para hacerse la foto.

Después, a las 13.00 horas, regresamos los tres caminando un par de kilómetros hasta que llegó Per con el coche y nos llevó hasta la casa. Por la tarde no hubo amago de salir a cazar y esperamos a que llegase Per, acompañado de su mujer, para enseñarnos el museo de la minería, situado en un edificio cerca del dispensario.

Cazando junto al mar

El segundo día de caza nos levantamos a las 7.00 horas, desayunamos y salimos en barca para buscar otro buey para mis compañeros. Al poco vimos uno desde el barco. Se apearon P.F. y Knud, y mi compañero le disparó desde unos 30 metros, consiguiendo derribarle.

El tercer día de caza navegamos hasta Narsaq, tratando de encontrar algún reno, pero no hubo suerte. El ruido del motor de la barca los alertaba y salían espantados antes de que pudiésemos siquiera verlos.

El cuarto y último día de caza previsto amaneció con una mañana fría de verdad. Embarqué con Hannes y Biorne mientras mis compañeros subían en otra barca en compañía de dos cazadores locales. Pasé todo el día sin ver más que tres hembras, aunque luego divisé un macho según trasponía por la cuerda. Le propuse a Biorne seguirle, pero se negó diciendo que habría sido imposible dar con él.

Al regresar encontré ya en la casa a mis colegas valencianos, que habían abatido sus renos. P.F. dos, uno malo y otro bueno, y P.M. uno muy bueno. Les felicité y pedí a Biorne que me dejara salir a cazar de nuevo a las 5.00 horas con uno de los cazadores que les había llevado en su barca. Accedió a ello pero a cambio de un precio por las “horas extras” de trabajo y en todo caso para estar de regreso antes de las 9.00 horas, cuando teníamos que embarcar de regreso a Narsarsuaq.

Exprimiendo al máximo la cacería

El quinto día, asignado para regresar, me levanté a las 4.00 horas y salí en barca a las 5.00 con un esquimal llamado Pesch. Vimos varios caribúes, pero se espantaban con el ruido del motor de la barca… hasta que me cansé y le dije que atracáramos y fuéramos caminando por un valle bastante grande donde al rato vimos renos. Tiré y fallé a las 7.00 horas; seguimos y en un ensanche del valle vimos dos grupos de unos 30 ó 40 ejemplares cada uno; nos acercamos al primero a 200 metros sin que se inmutaran y, por fin, a las 7.50 horas abatí el macho más grande aprovechando su típica paradita.Tomamos las pertinentes fotos bajo la lluvia, le cortamos la cabeza y comencé a andar de regreso y, cuando me alcanzó Pesch, vi que solo llevaba los cuartos traseros del bicho pero no el trofeo. Obviamente, le interesaba su pitanza más que mi trofeo y, aunque insistí en que volviera a buscarlo, me dijo que ya no había tiempo. Efectivamente, eran las 8.00 horas y teníamos un buen trecho para navegar. Más tarde recogieron mi trofeo, que luce muy bonito en casa.

 

José Madrazo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

RESPONSABLE Ediciones Trofeo S. L - CIF B86731221 - Ediciones Trofeo
CONTACTO C/Musgo nº 2 Edificio Europa II-1D . 28023, Madrid (Madrid), España
Tel. 91 805 35 52 - Email: [email protected]
Puede ponerse en contacto con nuestro Delegado de Protección de Datos en el
email [email protected]
FINALIDADES Gestión de las solicitudes de suscripción recibidas a través de nuestra página web, envío de
comunicaciones comerciales, promocionales y de información de nuestros productos y/o servicios .
LEGITIMACION Consentimiento explícito del interesado ; Existencia de una relación contractual con el interesado
mediante contrato o precontrato
CONSERVACIÓN Gestión clientes : Durante un plazo de 5 años a partir de la última con{rmación de interés. Los datos
personales proporcionados se conservarán durante los plazos previstos por la legislación mercantil
respecto a la prescripción de responsabilidades, mientras no se solicite su supresión por el interesado
y ésta proceda, y mientras sean necesarios -incluyendo la necesidad de conservarlos durante los
plazos de prescripción aplicables-o pertinentes para la {nalidad para la cual hubieran sido recabados
o registrados
DESTINATARIOS Gestión clientes Ecommerce (suscripciones): Administración Tributaria ; Bancos, cajas de ahorros y
cajas rurales
Gestión clientes: Administración Tributaria ; Bancos, cajas de ahorros y cajas rurales ; Administración
pública con competencia en la materia
TRANSFERENCIAS INTERNACIONALES No realizamos transferencias internacionales de sus datos
PROCEDENCIA Suscriptores a la revista: El propio interesado o su representante legal . La vía principal de
suscripción son los formularios de nuestra página web.
DERECHOS Usted tiene derecho acceder a sus datos, recti{carlos, suprimirlos, limitar u oponerse a su tratamiento,
a su portabilidad, a no ser objeto de decisiones automatizadas, a retirar su consentimiento y a
presentar reclamaciones ante la Autoridad de Control (Agencia Española de Protección de Datos).
Más información en nuestra https://trofeocaza.com/politica-de-privacidad/ o
[email protected]

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image

Image Image Image

Image Image Image

Image Image Image Image

Image Image Image Image

Image Image Image