Recechos de venado en berrea

“Si algo puede salir bien, saldrá bien”. Sí, no nos hemos equivocado. Es lo que pensó el autor de esta crónica cuando, contra todo pronóstico, consiguió abatir dos increíbles ciervos en dos reservas separadas por 250 kilómetros de distancia… ¡en el mismo día! Y es que a veces la fe mueve montañas…

Por desgracia, todos conocemos la famosa “Ley de Murphy”. Sí, suele cumplirse casi siempre y viene a decir que si algo desfavorable puede ocurrir, aunque tenga pocas posibilidades para ello, ocurrirá. Sin embargo, en estos tiempos de tribulaciones de todos los sentidos, debemos ser optimistas y pensar que también puede darse la contraria, la cual me he permitido bautizar como la “no Ley de Murphy”. Podría resumirse de la siguiente forma: si hay fe y también mucha suerte, las cosas buenas con poquísima probabilidad de que ocurran se hacen realidad.

Rececho en Berrea_page5_image9Lo anterior nos permite introducirnos en lo que me aconteció el pasado 2014 cuando, aunque no soy un habitual, me decidí a probar la caza de ciervo en berrea en reservas nacionales. A priori, los recechos de este tipo en fincas cerradas no me gustan, pero finalmente decidí que lo mejor era probar y luego opinar.

Conseguí un permiso en la Sierra de la Culebra para un ciervo trofeo, pues todo el mundo me decía que allí había posibilidad segura de cazar un buen trofeo. Antes había pujado por otro ciervo trofeo en la zona norte de León, en Oseja de Sajambre. Sí, en la alta montaña, muy cerca de los Picos de Europa, donde nace el río Sella. Sin duda, contaba con el aliciente de cazar en un lugar único, aunque de sobra sabía que allí los trofeos no eran como los de La Culebra.

Por esas casualidades que ocurren a veces, me adjudicaron los dos animales, uno para los días 31 de septiembre y 1 y 2 de octubre, y el otro para los días 3, 4, y 5 de octubre. Algo apretado pero factible, teniendo en cuenta que de La Culebra a Oseja hay 250 kilómetros aproximadamente. Pero la cosa comenzó a torcerse cuando un íntimo amigo me comunicó la buena nueva de que su hijo se casaba (invitación inexcusable, por supuesto) el día 6 de octubre por la mañana. La boda era en Bilbao y, como es lógico, debía acudir con mi familia (esposa, hijas, etc.)

TODO SE COMPLICABA

La ecuación tenía una solución muy difícil… y la berrea es como es. Además, en montaña es un poco más tardana, por lo que adelantar las fechas no era la solución más aconsejable. Llegados a este extremo, hablé con los dos guardas y decidimos que a La Culebra iría el 30, mientras que el guarda de Oseja, mi buen amigo Toño, me comentó que tenía cazadores los días 29, 30, 31 y 1, pero que si acababa pronto en La Culebra, le avisara para intentar hacerme un hueco. Mi domicilio se encuentra en Huesca, por lo que no era el mejor plan ir hasta Bilbao con toda la indumentaria de caza (rifle, munición, botas…), ni tampoco, por supuesto, ir a recechar de etiqueta. Las cartas, como en el póker, estaban servidas y había que confiar o desconfiar en Murphy.

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Jesús con el venado que consiguió abatir en Oseja de Sajambre. Debajo, el espectáculo de la berrea es único e incomparable.

Llegamos a La Culebra el día 30 con un objetivo claro: como muy tarde, el día 3 por la noche había que regresar a Huesca para que, el 5 por la mañana, partiese hacia Bilbao y así poder estar presente en la ceremonia del día 6. La mañana del 31, muy temprano, lo intentamos con un excelente ciervo que el guarda tenía controlado. Llegamos a verlo y era realmente bueno… Sin embargo, se encontraba a 500 metros de distancia y pronto se escabulló. Por la tarde lo esperamos en su zona querenciosa, pero, como suele pasar, no dio la cara. La mañana del día 1 intentamos localizar otro, aunque no encontramos uno que estuviese a la altura de lo que buscábamos. Por la tarde volvimos a por el del primer día, pero no apareció. Puf, no pintaba nada bien. Al llegar al hotel comprobé que tenía una llamada de Toño desde Oseja. Se la devolví y me comunicó que él había cazado ya y esperaba mi llegada. Le dije que el tema estaba algo “chungo”, aunque, no obstante, seguiría confiando en que se cumpliese la “no Ley de Murphy”.

El día 2, bromeando con los guardas de La Culebra, les dije que tenía todo programado: por la mañana temprano cazaríamos un “pavo” en la reserva, después me marcharía a comer cerca de Riaño y por la tarde cazaría el ciervo de Oseja. De esa manera, al día siguiente, el 3 por la mañana, estaría ya en Huesca. Ese era más o menos el enunciado de la “no Ley de Murphy”: lo que tiene muy pocas posibilidades de ocurrir y además es beneficioso para mí… ¡ocurrirá! Seguro que sí.

EN BUSCA DEL TROFEO

Con este espíritu comenzamos al amanecer la búsqueda de nuestro ciervo en la zona de la reserva que linda con la frontera de Portugal, donde es frecuente en esta fase de la berrea encontrarte algún animal no controlado por los guardas pero que llega buscando hembras a este lado de la frontera. Era prácticamente de noche cuando, al parar el motor del coche, se oían tres o cuatro ciervos berrear en una zona de bosque bastante cerrada en la que es difícil llegar a divisar los animales. Siempre guiado por Vicente y Rubén, llegamos a una enorme explanada cubierta toda ella de escobas de entre 1,40 y 1,60 metros de altura y cuyo límite en su zona más alta era la linde con el país vecino.

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El autor de las crónicas con el venado de la Sierra de la Culebra. ¡Increíble!

Vimos un animal desde el coche que nos pareció bueno, como a 150 metros dentro del escobar, pero que nos barruntó y se alejó al trote internándose en los matorrales. Finalmente decidimos rececharle a pie. Uno de los guardas se quedó controlando la linde del bosque mientras Vicente y yo nos internamos en el escobar, que estaba totalmente mojado. El traje de agua era imprescindible, pues las escobas eran lo más parecido a una ducha mañanera no demasiado placentera. Anduvimos como un cuarto de hora por esa maraña cuando divisamos al macho, que estaba controlando nuestros movimientos como a unos 250 metros. Solo se le veía la cabeza, pero por la cuerna comprobamos que era el que se había internado en el escobar. A unos 80 metros, dos ciervos nos observaban fijamente. No había tiempo para más. Puse el trípode en alto, apunté al pecho y… ¡puuuum! Al tiro, Vicente exclamó: “¡Bien, creo que lo tenemos!”. Con semejante maleza, yo no las tenía todas conmigo. Avanzar era dificultoso, por lo que nos dirigimos hacia el tiro.

Había zonas en las que las escobas eran más altas que nosotros: buscar una referencia era imposible. Al seguir avanzando, en una pequeña depresión, observamos a seis o siete ciervas y a un vareto. Iban hacia abajo. No vimos correr a nuestro venado. Unos 100 metros más adelante, nos topamos con el animal de pie, parado y muy tocado, caminando muy lentamente. El segundo tiro lo remató. Avisamos raudos a Rubén para que viniera en nuestra ayuda. Eran las 09.30 horas y el primer objetivo estaba cumplido. El ciervo era francamente bueno, resultando finalmente ser un oro.

AHORA, A POR EL OTRO…

Tras las fotos de rigor, cargamos el animal y marchamos hasta Villaciervos para cumplir los preceptivos trámites burocráticos. A las 11.00 horas llamé a Toño y le avisé de que allí ya estaba el pescado vendido. Preparé todo y partí hacia Oseja. “A las 17.00 horas te recojo en el hotel, así que aligera”, me dijo. Dicho y hecho. Carretera, parada para el bocadillo en Riaño, subida al puerto y llegada a Oseja a las 16.30 horas. Todo ello, por supuesto, con mi trofeo de La Culebra en la parte trasera del todoterreno. En el hotel, cambio de indumentaria, botas, rifle… y a las 17.00 horas Toño aparece. Mi segunda aventura daba comienzo. “¿Tienes algo visto?”, le pregunté a Toño. “Hay uno bastante bueno, pero está a dos horas de camino. Creo que es mejor dejarlo para mañana por la mañana. Ahora vamos a dar una vuelta porque en berrea y en montaña nunca se sabe”, me respondió.

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Un segundo y certero disparo derribó al ciervo de Oseja. A su derecha, zona en la que Jesús abatió al venado de la Sierra de la Culebra (en la foto de abajo).

“No te preocupes por la boda, porque dentro de un rato vuelvo con el otro”, había bromeado con mi mujer en el momento de mi partida. Salimos de Oseja volviendo hacia Riaño. Nada más comenzar a subir el puerto nos encontramos con una cuadrilla de forestales que estaba limpiando maleza en la ladera, junto a la carretera, con sus motosierras. Tras 15 minutos de subida, detuvimos el coche en un ensanchamiento de la carretera. “Vamos a mirar en la ladera de enfrente, que es una solana con bosque y escobas y es posible que veamos alguna hembra”, me dijo Toño. Apostados los dos sobre el capó con nuestros prismáticos, como a 1,5 kilómetros de distancia y al otro lado del valle, vi una hembra que ramoneaba en un escobar. Un vareto la seguía. A los cinco minutos, Toño rompió el silencio: “Oye, del bosque está saliendo un macho que no parece malo”. Lo miré y lo volví a mirar. Sí, al menos era valorable. Instalamos el telescopio y, efectivamente, no era nada malo. “Toño, ¿tienes visto algo mejor? Me parece bastante bueno, aunque, con la hora que es, llegar hasta allí sería algo de locos…”, le dije. “El que yo tengo visto no es mejor que ese. Si quieres intentarlo con el coche, bajamos el puerto y en 20 minutos nos colocaremos bajo él a menos de 300 metros”. Recogimos y a toda velocidad desandamos el camino y comenzamos la subida por una trocha entre árboles. Estaba más desorientado que un bosquimano en la Gran Manzana y, sudando como un pollo, llegamos hasta el final de los árboles. Entonces, Toño se tumbó y me susurró: “Ahí lo tienes”.

¿LA GUINDA DEL PASTEL?

Rececho en Berrea_page5_image14Yo me tumbé en los helechos, miré hacia arriba y, entre una ladera de escobas bastante pendiente, vi las puntas de los cuernos del “bicho”, que seguía buscando a la hembra. El animal estaba tranquilo. El ruido de las motosierras, como a 500 metros más abajo, nos ayudaba. Entonces me dispuse a serenar el cuerpo y preparé el disparo apoyado en la raíz de un haya. Era un tiro bastante vertical, a 275 metros de distancia. Solamente le veía la cabeza. Finalmente, incluso fui testigo de cómo berreaba… ¡Qué espectáculo! Se sentía el dueño de su harén, levantando el hocico y ejecutando ese gesto que tantas veces había visto en los documentales de la tele.
Esperé como tres o cuatro minutos a que el animal asomara en un pequeño clarito de las escobas para poder verle el codillo. Llegó el momento. Apreté el disparador y tras el estampido se oyó claramente el ruido del impacto de la bala en su cuerpo. Eran las 18.10 horas y, contra todo pronóstico, había conseguido mi propósito: la “no Ley de Murphy” se había cumplido.

Supongo que cazaré más ciervos en mi vida, pero dudo mucho que sea capaz de repetir esta increíble hazaña: dos ciervos oro en un solo día y en dos reservas diferentes y distantes 250 kilómetros una de la otra. ¡Y para la boda aún me sobraban tres días! Sí, va a ser cierto eso de que la fe mueve montañas…

Texto y fotos: Jesús Montaner

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