El fin de la caza de la perdiz pardilla en España

LA CAZA EN ALTA MONTAÑA

La caza de pardillas en nuestro país parece abocada a desaparecer. Su caza, como es la tendencia de las actividades cinegéticas marginales, está prohibida en la práctica totalidad del territorio español, y en la actualidad solo puede cazarse en Cataluña.

Ofrecemos a continuación unos apuntes sobre esta ave, incluyendo algunos sobre su caza, seguramente más nostálgicos que prácticos, aunque en general aplicables a la caza de perdices rojas en montaña.

Hace un tiempo acudimos algunos miembros de esta redacción varios años seguidos al valle de Laciana, convocados por Guillermo Palomero, presidente de la Fundación Oso Pardo, para tratar asuntos de cooperacion entre la organización que representa y los cazadores.

En estas visitas aprovechamos para cazar corzos y perdices pardillas en los cotos que gestionaba la Fundación para proteger al oso en los montes de la comarca.

Ya entonces tener la posibilidad de cazar charrelas era todo un privilegio ya que su distribución peninsular se limitaba a las altas cumbres del Pirineo, la cordillera Cantábrica y, de forma más dispersa, a puntos de Zamora, León –en Peña Trevinca y la Cabrera–, y en el sistema Ibérico –en la sierra de la Demanda, en Burgos–, así que estas visitas suponían un auténtico acontecimiento para los cazadores naturalistas de la cuadrilla.

Las cacerías eran dirigidas por los guardas de la Fundación, que conocían a la perfección la ubicación y composición de los bandos y tenían una idea clara de cuántos ejemplares debían arrebatar a cada grupo para que la población de perdices pardas prosperara; así que seguíamos un bando hasta quitarle un par de aves y nos desplazábamos a otra zona en busca de otro.

Luego he tenido la oportunidad de cazarlas en Zamora (con poco éxito) y en León, en la Cabrera, donde sí acudimos con cierta asiduidad a cazar perdices rojas; y antes también las pardillas, con las que allí comparten territorio.

Tratándose de la misma especie, las perdices pardillas peninsulares poco tienen que ver con las del resto de Europa. El comportamiento de estas últimas recuerda más al de nuestra perdiz roja de zonas cerealistas, dado el medio similar que ocupan y al que se han adaptado.

CAZA EN ALTA MONTAÑA

1. En alta montaña, el cazador rastrea en primer lugar los pastizales más altos, cuerdas, collados y otras querencias conocidas, dejando trabajar al perro, que si está bien enseñado cazará largo y batiendo mucho terreno. Las perdices, una vez localizadas, aguantarán bastante bien la muestra.

2. El bando ha volado ladera abajo y el cazador lo sigue con la vista para ver dónde se posa; al menos intentará calcularlo aproximadamente, aunque no es fácil localizarlo tras el primer vuelo en este entorno.

Las perdices buscarán refugio por lo general en zonas más espesas. Con uno o dos vuelos, las perdices serán aún más remisas a levantarse y el perro tendrá la oportunidad de dar con el rastro fresco y, siguiéndolo, hacer la muestra de nuevo.

CARACTERÍSTICAS Y DISTRIBUCIÓN DE LA PERDIZ GRIS / PARDILLA

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Castellano: Pardilla, serreña
Inglés: Grey partridge
Francés: Perdrix grise Alemán: Rebhuhn
Italiano: Starna
Euskera: Eper ggrisa
Gallego: Charra, charrela Catalán: Perdiu xerra

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Originaria de Asia central, la perdiz gris (pardilla) ocupaba allí las yermas estepas de altura antes de extenderse hacia el oeste y colonizar Europa llegando con las glaciaciones hasta la península ibérica.

Al retirarse los hielos, las perdices se adaptaron al nuevo hábitat europeo y, más tarde, a la revolución agrícola del Neolítico. Pero no así la pardilla patria, que parece permanecer fiel a sus costumbres ancestrales especializándose en la vida en las alturas, enclaves relictos de fríos pasados.

El motivo de que esta subespecie se comporte de forma distinta al resto puede tener que ver con la competencia con la perdiz roja, aunque las hemos visto cohabitar en armonía en alguna ocasión, pero más bien parece que esa predilección por las alturas esté más motivada por el calor y sequedad de las zonas agrícolas peninsulares. Se ha demostrado que la escasez de recursos que ocasionan las sequías provoca una cría escasa, y un verano con lluvias e insectos beneficia a los bandos del año, que serán más nutridos.

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Se extiende desde el norte de la península ibérica a Siberia y Xinjiang (China) por Europa central y sur de Escandinavia; y por el sur, hasta Italia, los Balcanes, y Anatolia e Irán. Introducida en Canadá, Estados Unidos, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda.

 

Nunca olvidaré la sensación de tener en la mano una de estas aves por primera vez. El nombre científico de la pardilla peninsular es Perdix perdix hispaniensis, y su población se encuentra separada unos 200 km de la más cercana, la francesa P. p. armoricana.

La diferencia más conspicua de nuestra pardilla con el resto es que, al parecer, su plumaje se hace más oscuro a medida que se va desplazando al suroeste, así que las pirenaicas son más oscuras que las francesas y las cantábricas lo son más que las pirenaicas, lo que coincide con el tópico de la coloración de la tez humana en Europa.

Su dorso es pardo y está salpicado de líneas y puntos claros, que lo hacen críptico, y las plumas laterales de su cola son de un bonito tono rojizo, que se hace patente cuando la despliega en vuelo. Para rematar, su papada naranja y la intensa herradura marrón o negra que adorna el pecho de los machos las hacen únicas.

Pero su anatomía es muy similar a la de la roja, o rubia, como se la conoce en tierras leonesas. Quizás la diferencia más significativa sea que la pardilla carece de espolones que rematen sus patitas grisáceas, lo que le da un aspecto paseriforme más delicado.

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En la foto puede compararse una pardilla con una roja, algo más grande.

Esta similitud se manifiesta como meramente formal al cocinarla, pues es ahí donde se hace patente que se trata de un ave completamente diferente. Su carne recuerda más a la de un pequeño pavo que a la de una perdiz, encontrándose en sus muslitos varillas largas y duras como las que tienen los protagonistas del Día de Acción de Gracias. Además, su carne es más tierna, oscura y jugosa que la de la patirroja, y parece sazonada por los aromas de los frutos del monte que ingiere –bayas, grosellas o arándanos–, que matizan su sabor.

Pero como digo, su morfología es muy parecida a la de la roja, ligeramente menor de tamaño –raramente supera los 400 gramos, aunque la roja en montaña suele ser también más pequeña– pero muy similar; y su vuelo, prácticamente igual, lo que la hace difícil de diferenciar en el aire a cierta distancia, algo que puede parecer increíble cuando la vemos de cerca.

La experiencia ayuda a saber si estamos ante una charrela o una rubia; el conocer las querencias en la zona, y quizás su arrancada menos estruendosa, son detalles que ayudan a no infringir la ley en zonas donde no está permitida su caza y solo se puede disparar sobre la rojas.

Dadas las características del terreno y el comportamiento de las perdices, que suelen arrancarse cerca, se puede utilizar un perdigón fino y el de octava o novena es una opción común en montaña.

Los bandos están compuestos por la pareja y la cría del año, aunque pueden unirse varios en invierno para defenderse del frío y los predadores. Para distinguir los pollos de los adultos en esta época, lo podemos hacer fijándonos en el color del pico, que es claro en los adultos y oscuro en los pollos, al contrario que ocurre con sus patas, más claras en los ejemplares juveniles.

Las hembras pueden tener también herradura, aunque menos llamativa, y el color naranja de su cara es más apagado. Lo que las hace inconfundibles es la llamada ‘cruz de Lorena’, un barrado perpendicular al raquis de las plumas escapulares exclusivo de las hembras. También su comportamiento puede dar alguna pista, siendo casi siempre machos los que permanecen vigilantes mientras pollos y hembras campean.

En cuanto a sus querencias –aunque esto no es una regla fija y las he visto ocupando lugares de campeo más propios de perdices rojas en zonas muy bajas–, a poco más de 1.000 metros sobre el nivel del mar las charrelas prefieren por lo general las frías alturas por encima de los 1500 metros. Una curiosa adaptación de esta perdiz a los montes nevados es su capacidad de excavar huras en la nieve para defenderse de las bajas temperaturas, como hacen algunas tetraónidas.

Tanto las rubias como las charrelas que pueblan estas zonas frecuentemente ocupan los pastizales ubicados en los collados más altos y las camperas de arándanos y genciana en los Pirineos, campas intercaladas en mosaico con zonas de mayor cobertura, donde encuentran protección y alimento. Estas querencias pueden cambiar, y en días de frío y viento es habitual que se encuentren en zonas más resguardadas.

Al ser sorprendidas, las pardas en ocasiones pueden volar con potencia hacia arriba o hacer picados en zonas escarpadas propios de una rapaz, aunque es de esperar que vuelen como las rojas ladera abajo para echarse en el matorral más espeso, que en estas cotas suele estar compuesto principalmente de brezos y piornos.

Buscar tanto pardas como rojas de entrada en los brezos no suele dar buen resultado y lo más productivo es hacerlo en los pastizales de altura y en zonas intercaladas con escobas, claramente más de su gusto que las urces de brezo, las cuales generalmente solo les sirven como refugio ocasional. Las pardas tienden a mantener el bando unido más que las rojas.

Otra diferencia fundamental en el comportamiento de las pardillas es que estas son más remisas a volar que las rojas. Esto, unido a la orografía y vegetación de su hábitat peninsular y a la escasez de aves, hace imprescindible la colaboración del perro. La caza de pardillas con perro de muestra es seguramente una de las más selectas y apasionantes de la caza de pluma, ya reservada solo a los recuerdo y a unos pocos afortunados catalanes.

Como suele ocurrir con las actividades cinegéticas más marginales llegó la prohibición de su caza y dejamos de cobrar las pocas pardillas que ocasionalmente adornaban las perchas.

Es un hecho que sus poblaciones se redujeron y se concentraron en su día. Se han apuntado como las causas de su regresión, principalmente:

La modificación de su hábitat, en este caso debido a las reforestaciones para la explotación maderera.

  • El abandono de cultivos herbáceos
  • La mala gestión cinegética de la especie.
  • Los incendios.
  • La apertura de pistas forestales.
  • El cambio climático.

Las quemas controladas que favorecían el renuevo del matorral eran muy beneficiosas para casi toda la fauna de alta montaña, siendo los brotes tiernos una bendición en primavera.

Esto es algo que conocían bien los antiguos pastores, ganaderos y cazadores. Ahora el abandono de la ganadería extensiva, que ya no clarea ni abona los pastizales de montaña; los desbroces, que apenas se hacen; y las quemas, que se han convertido en incendios descontrolados que suelen producirse en primavera y verano, es decir, en época de cría, son factores que se suman al cambio climático. También la dependencia de los insectos de todas las gallináceas en los estadios iniciales de su vida es otro problema, dada la guerra que libran los modernos agricultores contra ellos.

No sé si será cierto eso de que «romper los bandos» al cazar las pardillas favorece el emparejamiento y la cría, lo he oído muchas veces; lo que sí parece claro es que desde la prohibición de su caza en 1998 parece que sus poblaciones no hayan medrado mucho, salvo en el Pirineo catalán que, a pesar de ser el único sitio donde puede cazarse, mantiene unas saludables poblaciones.

Existen multitud de ejemplos de que el dar un valor cinegético a las especies es la mejor acción posible para su conservación. Una gestión cinegética correcta, encaminada a la mejora y el mantenimiento de los hábitas y el control de predadores, incide de forma directa en el incremento de las poblaciones, más en entornos dominados por el brezo. De hecho, lo primero que se está haciendo para eliminar las especies alóctonas invasoras es prohibir su caza.

En el caso de la perdiz pardilla se hace patente el desinterés general por su cuidado. En el Pirineo son pocas las actuaciones que se requieren, pero la transformación de su hábitat en el resto de sus enclaves peninsulares, dada su situación más meridional y de menos altura, es más patente, por lo que serían necesarias otras medidas más allá de borrarla de la lista de especies cazables, lo que seguramente haya ido en contra de la conservación de esta joya de nuestra fauna.

LAS SUBESPECIES DE LA PERDIZ GRIS

P. p. armoricana
Francia.

P. p. hispaniensis
NE Portugal y N España.

P. p. perdix
Islas británicas y sur de Escandinavia a los Alpes, Italia y los Balcanes.

P. p. sphangnetorum
N Holanda y NO Alemania.

P. p. robusta
Montes Urales al SO Siberia y NO China.

P. p. canescens
Turquía hasta el Cáucaso, Transcaucasia y NO Irán.

P. p. lucida
Finlandia al este hasta los Urales, y al sur hasta el mar Negro y el norte del Cáucaso.

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