Zorzales desde el punto de vista de un perdicero

Hubo un tiempo en el que su caza era marginal y apenas existían cazadores dispuestos a “gastar” un cartucho en tal diminuta avecilla. Sin embargo, poco a poco, fue ganando adeptos entre los venadores que un buen día decidieron probarla y desde entonces permanecen “enganchados” . Es el caso, por ejemplo, del autor de este artículo, un perdicero empedernido que jamás imaginó que sentiría tanta atracción por este “pajarito”.

Si me llegan a decir hace unos años lo que valoro ahora mismo una cacería de zorzales, no lo habría creído. Hubo un tiempo en el que nadie habría podido convencerme de que un pajarito de ese tamaño mereciera desperdiciar un cartucho.

En aquel entonces era un perdicero testarudo y pasé años en mis trece sin ir nunca exprofeso a los zorzales. La caza en puesto, salvo la de acuáticas, nunca me ha apasionado y, a pesar de la insistencia de algunos compañeros de cuadrilla a que les acompañara algún día, yo no daba mi brazo a torcer.

Seguro que esto ha contribuído a engrandecer mi fama de tozudo y que alguno de ellos acabara dirigiéndose a mí al tratar el tema como Pablo “mármol”, además de proponer un nuevo término a la lingüística castellana, que es sinónimo de “cerrarse en banda”, como es el de “encapotarse”.

 ALGUNAS COSAS A SU FAVOR 

Era consciente de que la caza de aves migratorias siempre tiene atractivos añadidos. Por un lado, la incertidumbre, algo que creo indisociable de una caza de calidad; también la garantía de que se cazan piezas auténticas y salvajes.

En el caso de los zorzales se puede contar con que unos días más y otros menos, lo normal es no fracasar estrepitosamente, si se programa en el lugar y en la época adecuados. Como en el caso de otras migratorias, el frío en Europa determina las oleadas de migración, ya que limita la disponibilidad de alimento, y España es uno de los destinos preferidos, si no el predilecto.

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Un perro bien enseñado siempre es de gran ayuda en el cobro. Que sea de muestra es indiferente en este tipo de cacerías.

En inviernos fríos llegan a concentrarse gran cantidad de estas aves en los olivares del centro y sur peninsular buscando la codiciada aceituna. En sus inmediaciones es donde con más garantías se puede practicar su caza.

También saber que es delicioso en el plato era un punto a su favor. Pero estas argumentaciones no acababan de convencerme. Por fin un día José Ignacio Ñudi y Rafa González me engatusaron para acompañarlos a una cacería de zorzales diciéndome que lo haríamos en mano.

Asistí sobre todo por corroborar mis ideas sobre el asunto y dejar claro de una vez por todas que eso de cazar pajaritos era una pérdida de tiempo, aunque reconozco que con un punto de curiosidad por lo de cazarlos al salto, y fuimos juntos a un coto de Toledo.

Se animaron también Juan Francisco París, Jorge Bernad y Juan Delibes, estos dos últimos algo escépticos como yo. Bastó la primera vuelta para empezar a ver las cosas de otra manera y, en poco tiempo, quizás sin reconocer abiertamente el craso error de haber menospreciado a estas aves, sí empecé a cambiar de tema cuando salía en la cuadrilla. Pasamos el día entero cazando, maneando los olivares y los enmarañados arroyos para terminar a la caída del sol en los dormideros, cobrando más de 500 pájaros.

PRIMERAS IMPRESIONES DEL PERDICERO

El cazar zorzales sin pensar que estás espantando a las perdices es el primer paso para disfrutar de esta caza. Tras cobrar y fallar los primeros pájaros, el perdicero advierte que el tiro tiene más miga de lo que podía parecer; el zorzal, sobre todo el común, no da muchas facilidades y tiene la gran habilidad de pasar fuera de tiro, o eso le parece al perdicero.

Algo que, además, le llama la atención en las primeras salidas es que tiene muy mala suerte comparada con la de sus amigos zorzaleros, ya que, indefectiblemente, pega la mitad de tiros en todas las manos.

Identificar el zorzal entre cogujadas, alondras y otros pajaritos le hace perder un tiempo precioso para no ocasionar daños colaterales, y el zorzal se pone rápido fuera de tiro, o eso sigue creyendo el perdicero, hasta que el casual disparo a un zorzal muy largo, que hace que este caiga dando vueltas como la semilla de un arce, le hace entender que las referencias que maneja están equivocadas y que un pájaro tan pequeño vuela más cerca de él de lo que se cree.

Esto, unido a que un plomillo suele ser suficiente para abatirlo, hace que se les pueda tirar a distancias increíbles, al menos para el perdicero. A partir de entonces, el número de disparos aumenta progresivamente. Otra cosa que llama la atención es la forma de llevar la mano de los zorzaleros avezados cuando cazan en las alas de la misma, acelerando y parándose en determinados lugares.

El zorzal, como los aviones de línea, usan vías aéreas en sus desplazamientos, y claramente hay algunas que frecuentan más regularmente: pasos más cortos entre un olivar y otro, entre una viña y un bosquete de pinos, etc. Y la intuición y experiencia del zorzalero las detecta rápidamente, mientras el perdicero se afana en buscar las asomadas y tirar a los zorzales que él mismo espanta, opciones claramente menos productivas.

Así que mientras el zorzalero se adelanta ligero a taparse en una de estas querencias y cobra cinco o seis pájaros de una sentada, el perdicero no los ha olido.

En un momento dado, el perdicero cree haber descubierto todos los secretos sobre la caza de zorzales, ya que acaba de hacer un doblete y los pájaros se dirigen a él como si fuera un imán. Al proseguir la marcha empieza a sospechar que algo raro pasa, ya que andando a cuerpo descubierto por un pelado el imán sigue funcionando.

Zorzales_distri2Mira los últimos pájaros abatidos y comprende lo sucedido. Se trata de zorzales alirrojos, que son mucho más confiados y toman muchas menos precauciones a la hora de volar sobre el cazador, a veces incluso parece que les pica la curiosidad y van a ver qué es ese bulto que hace ese ruido atronador en ese descampado.

Seguramente estas dos aves tengan más diferencias de comportamiento que físicas. El alirrojo, algo más pequeño, se muestra mucho más cándido que el común a la hora de acercarse al cazador; además, este último es más fuerte y su vuelo es notablemente más recio.

Prosigue la jornada y el perdicero se deleita tirando a los pájaros que levanta al salto de los olivos, todo un ejercicio para los reflejos y un tiro ciertamente difícil. Los zorzales se arrancan zigzagueando entre los árboles con un vuelo que no tiene nada que ver con el vuelo franco y rectilíneo de las perdices y que le proporciona lances variados y emocionantes.

Pero las perchas las engrosan principalmente los pájaros que una mano bien organizada proporciona. Esta debe formarse con una clara forma de “U” y sus miembros deben respetar sus posiciones y mantener cierta separación.

Así, los pájaros que las alas levantan serán tirados en el centro de la mano y viceversa. Lo ideal es que el avance no sea uniforme, y conviene que el cazador haga desplazamientos buscando po sibles parapetos donde ocultarse un poco para aguantar allí un minuto y buscar el siguiente.

Este es otro gran aliciente: un buen trabajo en equipo y una estrategia adecuada dan sus frutos. Al terminar la mano es habitual que las alas se adelanten y se cierren para cortar el paso a los últimos pájaros. El paso siguiente es determinar qué mancha dar a continuación, dependiendo de hacia dónde hayan volado más zorzales.

El perdicero, además, tarda un tiempo en aprender que los zorzales emiten al volar un silbido característico que avisa de su llegada; y mientras el zorzalero se prepara al oírlo y puede abatirlo aunque le entre por detrás, el perdicero suele seguir andando ignorante.

Otro momento para estar bien atento es al oír un tiro, ya que tras él es muy normal que los zorzales, asustados, vuelen en todas direcciones provocando un efecto en cadena; y lo adecuado es pararse, tapado en lo posible.

El cobro de los zorzales es también algo que diferencia al zorzalero avezado. Un pájaro tan pequeño es fácil de perder, así que marcarlos bien es vital. También saber cuántos puede uno memorizar antes de ponerse a cobrar; cuando se empieza a dudar es el momento de hacerlo. Más vale no tirar un pájaro y cobrar los que están en el suelo que tirarlo y perder alguno.

El perdicero advertirá que con bastante frecuencia le pasan algunos pájaros a tiro mientras cuelga los cobrados por las cintas de cuero de su percha para perdices. En estas metálicas se introduce la cabeza del ave casi sin mirar, ahorrando un tiempo precioso.

OTROS ZORZALES

Para el cazador naturalista, la familia de los zorzales es muy interesante. Existen en el mundo casi setenta especies del género Turdus, con representantes en los cinco continentes. Unos migratorios, como el común, y otros sedentarios, como el zorzal pardo (Turdus grayi), propio de Centroamérica, unos de amplia distribución, como el alirrojo, y otros que viven únicamente en un monte, como el zorzal de los Taita (Turdus helleri), cuyo hábitat se limita a estos montes del sureste de Kenya.

Otros son endémicos de islas, como el zorzal gorgiblanco (Turdus aurantius), endémico de Jamaica. Algunos son monotípicos y otros no, como el zorzal insular (Turdus poliocephalus), residente en las islas del sudeste asiático, que cuenta con cincuenta subespecies, y unos tienen interés cinegético y otros no, como el mirlo (Turdus merula), también miembro de esta amplia familia. Además del común y el alirrojo, el más escaso charlo también es una especie cinegéticamente interesante para el cazador peninsular.

He encontrado buenos pasos en montaña, en zonas donde los bosques de coníferas se mezclan con pastizales alpinos. Aunque su baja densidad no invita a cazarlo en mano o al salto, se pueden hacer tiradas en los pasos del dormidero al comedero y viceversa, dedicando un poco de tiempo a descubrirlos.

Casi como una nota anecdótica, hay que mencionar al zorzal real, que, aunque en la zona norte puede uno toparse con unos cuantos de un golpe migratorio, lo más habitual es que se cobre uno accidentalmente cazando en los olivares. No sé de nadie que salga a cazar teniéndolo como objetivo principal.

También los he encontrado en montaña: recuerdo haber cobrado alguno cazando perdices pardillas en los altos de los Montes de León… Qué tiempos aquellos. Que sirva este artículo como reconocimiento a estos pajaritos y como purga por no haberlos tenido en otro tiempo en la consideración que se merecen.

Desde hace muchos años hemos institucionalizado estas cacerías de zorzales en mano en la cuadrilla, y salimos asiduamente varias veces por temporada; y cuando alguno me recuerda lo que he renegado de ellos, le contesto como una vez lo hizo un compañero de colegio a un profesor: –¿Yoooo?… Juro que yo no he sido y que no lo volveré a hacer.

Pablo Capote Urosa

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