Se habla mucho de la recuperación de especies emblemáticas como el lince, el oso o el águila imperial –afortunadamente– en los últimos años de forma optimista, ya que, contra todo pronóstico, las poblaciones de estas especies han aumentado. Su dinero ha costado. Pero, ¿qué ocurre con las especies más representativas de nuestras especies de caza menor?
El caso de la liebre, por ejemplo, es preocupante; y en zonas tradicionales de abundancia, sus poblaciones han mermado en algunos casos drásticamente. Eso lo saben bien los galgueros.
Las reiteradas campañas de envenenamiento de topillos ha contribuido, amén de otros problemas derivados de la agricultura moderna.
Los esfuerzos por recuperar las especies emblemáticas antes citadas son encomiables, pero en el caso de águilas y linces serían baldíos si no se atiende antes a la situación del conejo. La importancia de este lagomorfo en los hábitats mediterráneos es incuestionable, pero la gestión de sus poblaciones es conflictiva; y mientras en algunas zonas se habla de plagas por explosiones demográficas, en otras ha desaparecido por completo, lo que demanda un manejo escrupuloso y ajustado de sus poblaciones.
Seguramente el caso más preocupante sea el de la perdiz salvaje. La perdiz roja, un ave que debería ser el icono representativo de este país, se extingue en estado salvaje.
Las causas más decisivas en esta desaparición están ligadas a la agricultura industrial implantada en la actualidad, y su principal enemigo, tras la industria agroquímica –o quizás antes de ella–, es la perdiz de granja.
Hace poco dábamos la noticia de la suelta, por parte de la Fundación Naturaleza y Hombre, de 600 perdices en 4000 hectáreas de fincas de Extremadura y Castilla y León para recuperar las poblaciones de águila imperial ibérica, lo que da idea de la falta de rigor y de la arbitrariedad en las acciones de grupos supuestamente familiarizados con los problemas relacionados con el medio ambiente.
No hay que eludir nuestra responsabilidad como cazadores. Es raro escuchar a un cazador decir que prefiere las perdices de granja a las salvajes; sin embargo la gran mayoría sucumbe a la tentación de soltar perdices en sus cotos, y es muy raro que las organizaciones comerciales contemplen otra opción.
A pesar de todo, aún hay espacio para el optimismo. Nuestra perdiz es un ave de naturaleza dura y adaptable y sus poblaciones responden muy positivamente con un mínimo de cuidados. Además, existen todavía cazadores y organizaciones realmente comprometidos con la recuperación de la perdiz salvaje.
Recibimos una nota de prensa en la que se anuncia la propuesta de realizar un proyecto de cinco años de duración, coliderado por la Federación Extremeña de Caza y la Fundación Artemisan. Este proyecto se suma al anteriormente presentado por la Federación para crear un Grupo operativo de innovación ‘Agricultura Convergente y Resiliente’.
En dicho trabajo se aplicarían, de forma experimental, una serie de actuaciones en una finca extremeña encaminadas a mejorar las poblaciones de caza menor, de las que se llevaría un seguimiento exhaustivo para determinar su efectividad.
Dada la importancia y repercusión, principalmente sobre la perdiz roja, que este tipo de iniciativas pueden tener, hemos decidido dedicar un espacio en Trofeo para informar sobre este asunto y animar al cazador a llevar a cabo en su coto las mejoras más interesantes que vayan desvelándose como tales.
Pasamos a continuación a desgranar las actuaciones que se van a realizar en este proyecto y algunas propuestas adicionales.