Jornadas de observación de aves en la provincia de Cádiz

En la vida no es todo cazar y cazar; el cazador naturalista, si además es ornitólogo, disfruta también con otras actividades al aire libre, como hace el autor en estas jornadas de observación de aves.

La práctica totalidad de nuestro territorio nacional ofrece múltiples e interesantes oportunidades para observar aves en estado salvaje, pero hay algunas regiones que destacan por su diversidad y riqueza en avifauna.

Así, el conjunto formado por las montañas pirenaicas, la costa del noreste español y las estepas aragonesas, es decir, el sector nororiental de la península es uno de los que proporcionan más diversidad a los ornitólogos.

Otro es el integrado por el conjunto La Mancha-Extremadura que, con sus sierras, humedales y dehesas, ofrece incesantes satisfacciones al concienzudo observador de aves.

Pero quizás sea la provincia gaditana la que mayor interés concentra para el aficionado. Porque, en su relativamente reducido ámbito, contiene una gran abundancia y diversidad de especies residentes repartidas por un amplio espectro de hábitats diferentes; y además, recoge una destacada concentración de aves migratorias que se acumulan en este territorio por ser pasillo obligado en la ruta viajera que discurre entre Europa y África.

Cuando Michael Heseltine, que había sido ministro de medio ambiente en el Gobierno de aggie Thatcher en Gran Bretaña, me manifestó su interés por visitar la marisma, me avisó de que sus obligaciones políticas –se estaba preparando para suceder a Thatcher en Downing Street– solo le permitirían un día de birdwatching, y me preguntó que cuántas especies diferentes de aves podría mostrarle en ese día.

Yo le comenté que intentaríamos acercarnos a las 100. El hombre, que pidió vino tinto para acompañar a los langostinos (!), se volvió a Albión contento: llevaba 106 especies anotadas en su libreta, registradas entre el desayuno y la hora del té, y habiendo visitado prácticamente un solo tipo de hábitat: las marismas del Guadalquivir.

Si el recorrido se puede extender en el tiempo al exiguo período que proporciona un fin de semana, la cifra de especies puede acercarse a 150, con tal de que se elija la época del año adecuada para ello.

No por casualidad es aquí donde se sitúa la cuna de la práctica ornitológica en nuestro país, propiciada por aquellos ‘viajeros románticos’ británicos que, durante los siglos XVIII al XX, recorrieron nuestros parajes más salvajes practicando la caza y el estudio de las ciencias naturales.

Esta primavera hemos completado un recorrido de dos días que empezó en la costa, allá por las playas abiertas al Atlántico que fueron el escenario de nuestro desastre naval de Trafalgar y de nuestra victoria sobre las tropas napoleónicas en La Barrosa.

Allí al lado, en el cabo Roche, se puede observar con comodidad un nido de halcón peregrino colgado en el acantilado de arenisca y a sus ocupantes, especializados en la captura de aves migratorias sobre el océano, las cuales en esta época arriban al continente europeo después de haber pasado la invernada en África.

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Un par de becacinas rebuscan comida en la fangosa orilla.

Abubillas, tórtolas y abejarucos son algunas de las presas habituales de este veloz diablo de los cielos. Pertenece a la raza baharí (Falco peregrinus brookei), la más valorada tradicionalmente por los cetreros árabes, típicamente mediterránea, y tiene un tamaño ligeramente inferior al de la raza europea (Falco peregrinus peregrinus).

Desde la misma playa se distingue el nido y se puede ver a sus propietarios posados en alguna destacada repisa del cortado arenoso.

No lejos de allí y siguiendo la costa atunera, se puede llegar hasta la torre de Castilnovo observando aves limícolas en la zona marítimo-terrestre; y en la misma torre, cuya relación con las almadrabas es evidente, crían dos parejas de ibis eremita o ibis calvo, muestra exitosa del proyecto de reintroducción de la especie llevado a cabo a partir de ejemplares criados originalmente en el zoo de Jerez.

Por este segmento de playa es por donde cruzan hacia África, hacia el cabo Espartel, las espátulas en el otoño, desdeñando dar el salto por el Estrecho como hace la mayoría de las aves migratorias.

Aún se desconocen las verdaderas razones de este comportamiento, que fue descubierto y está siendo estudiado por un grupo de ornitólogos aficionados locales, dentro del proyecto conocido como Limes Platalea.

Si desde Castilnovo uno se dirige hacia el interior, al norte, dejando la costa, en las tierras de labor de secano que se van cruzando puede descubrir al sisón y a otras especies esteparias como la calandria o canastera.

Por el camino de El Grullo, que va atravesando extensos pastizales y retazos de monte bajo, vimos al elanio azul y algunas otras rapaces interesantes, al tiempo que cientos de conejos y perdices.

Es este un recorrido ideal si se quiere observar a los meloncillos que, obviamente, andan a la caza de aquellos. Esta animada representación natural desemboca en el propio cortijo de El Grullo, donde pastan los toros de Núñez del Cuvillo; y cuando pasamos por allí, la camada destinada a la lidia de este año estaba siendo ejercitada a lo largo de un corredero que va paralelo a la carretera.

Unos 50 o 60 cuatreños, gordos y lustrosos, negros, cárdenos, coloraos y jaboneros a pleno galope por delante de dos vaqueros a caballo armados con garrochas.

Notable espectáculo que nos trae la reflexión preocupada de que, si los animalistas acabaran con la fiesta nacional como pretenden, todas estas dehesas, hábitats ideales para una rica fauna salvaje, serían transformadas en campos de agricultura intensiva, privándonos así de lo que hoy constituye el mejor ejemplo de sostenibilidad en el campo.

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OTRA JORNADA ORNITOLÓGICA

Ya estamos cerca de Medina Sidonia y si seguimos la carretera que une este ducado con Naveros, a poco de dejar aquella descubriremos a nuestra derecha una laja de piedra caliza incrustada y elevada sobre el espesar de monte de lentisco, carrasca y alcornoque, que se conoce como Peña del Águila.

Allí cría la feroz perdicera y un golpe de prismáticos nos descubre inmediatamente el nido, delatado por una acumulación de ramas secas y por las manchas blancas de las deyecciones proyectadas sobre la roca.

Entre Medina y Benalup discurrimos por una serie de vías pecuarias trazadas entre más dehesas ganaderas e igualmente bien pobladas de conejos y perdices, algunas de ellas seguidas de sus camadas de, a veces, una docena de pollos.

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Como es de esperar, una buena representación de aves rapaces se exhibe por doquier. Familias de águilas calzadas y culebreras sobrevuelan el camino, y en un punto nos detenemos frente a una pequeña plantación de eucaliptos, donde una collera de águilas imperiales está sacando adelante a cuatro pollos que ahora se encuentran a medio emplumar.

Desde que abandonamos la costa nunca hemos dejado de tener buitres encima de nosotros. Esta es quizás la región con mayor ganadería extensiva de todo el país y, naturalmente, la población de buitres que alberga está íntimamente relacionada con ello.

Por Benalup entramos luego en la llanura de La Janda, con arrozales y otros cultivos de riego, donde comenzamos a ver aves relacionadas con el agua y donde sigue la abundancia y diversidad de rapaces.

En invierno se citan aquí algunas especies de águilas típicamente orientales, como la pomerana, la moteada y la esteparia; y, por supuesto, nuestra imperial y algún inmaduro de águila real en clara dispersión. También se asientan aquí un nutrido grupo de grullas nórdicas y alguna avutarda.

A lo largo de un canal cubierto de zahos y mimbres, observamos una buena colonia de garzas de varias especies, entre las que dominan las bueyeras. Con ellas, los en estos días omnipresentes moritos.

Todavía antes de terminar la mañana tenemos una nueva ocasión de ver los íbises calvos, pues unas cuantas parejas se han instalado en el farallón de la Barca de Vejer y se pueden observar a escasos metros desde el aparcamiento de un conocido restaurante.

Nuestro segundo día pajarero comienza al pie de unas ruinas romanas, Mesas de Asta, aldea pedánea de Trebujena, uno de los muchos antiguos puertos del viejo estuario del Guadalquivir, desde donde se embarcaban rumbo a la metrópoli los dos productos locales por excelencia, vino y aceite.

La elevación en que se asientan las casas escurre sus aguas a la marisma por el este y se forma allí una laguna casi permanente donde se puede ver gran variedad de patos y otras acuáticas.

Más allá, unas antiguas balsas de decantación de residuos de una azucarera de Jerez han sido acondicionadas para las aves y se han construido islas donde en la actualidad nidifican pagazas piconegras y gaviotas picofinas por miles.

Ahora están criando a sus pollos pero todavía se ven muchas aves incubando. Este año se han sumado a la pajarera cinco parejas de gaviotas cabecinegras, una novedad en estos parajes.

Aparte de estas especies mayoritarias, y ocupando cualquier espacio disponible, vemos cigüeñuelas, avocetas y avefrías, muy entretenidas con el cuidado de sus pollos.

En las aguas de estas charcas artificiales contamos decenas de camadas de patos reales de varios tamaños, así como de porrones, frisos y colorados, y algunas parejas de tarros blancos. También somormujos lavancos, zampullines chicos y cuellinegros.

Los inevitables aguiluchos laguneros siembran el pánico entre todos ellos con sus pasadas, y los milanos andan a la captura de algún huevo o pollo volantón. Es esta una buena zona para las jóvenes águilas imperiales en el otoño y no falta aquí el peregrino nórdico que inverna junto con las cercetas, probablemente de su mismo origen.

También se ve con regularidad el águila pescadora posada en los postes de un tendido eléctrico. Flamencos, moritos y espátulas completan el tableau, mientras que en los campos de girasol y trigo adyacentes vemos más perdices, alcaravanes y canasteras, así como las frecuentes águilas calzadas, siempre atentas a lo que nosotros podamos hacer volar.

A nuestro alrededor han revoloteado varias parejas de golondrinas dáuricas y descubrimos sus nidos colgados en las alcantarillas de un paso elevado.

Quizás uno de los mayores garceros de toda la marisma, a ambos lados del río, sea el del cortijo de Albentos, entre Trebujena y el Guadalquivir. Allí, en una cantera rodeada de grandes y espesos tarajes, se ha instalado una numerosa colonia de garzas y moritos.

De estos hay miles de nidos, pero también de garceta, garcilla bueyera, martinete y garcilla cangrejera, por este orden de abundancia. Los nidos están prácticamente unos encima de otros y se puede comprobar que no queda una horquilla de vegetación sin haber sido ocupada.

Con los pollos crecidos, el trasiego en la colonia es agotador, así como el coloquio de tan variadas voces. Un macho de malvasía y alguna familia de patos reales decoran el poco espacio que queda de agua abierta, y aquí y allí suena la áspera voz del carricero tordal, mientras que el avetorillo cruza en vuelo bajo sobre el agua desde un tarajal al otro de enfrente.

Siguiendo la orilla del río, aguas abajo, hacia Sanlúcar, vemos más patos y flamencos, así como garzas y espátulas. En esta zona crían algunas de las pocas cercetas pardillas que quedan en Andalucía.

En la marisma seca, que en invierno acoge a las grullas, contamos hasta cuatro especies diferentes de alondras: cogujada, calandria, terrera común y terrera marismeña, así como la esteparia curruca tomillera y muchas lavanderas boyeras y buitrones.

En el extremo nororiental del pinar de La Algaida se ha establecido otra colonia de ardeidas, esta vez integrada por cigüeñas, garzas reales y espátulas. Están en las copas de unos cuantos pinos piñoneros de gran altura, un emplazamiento bien diferente de lo que nos tienen acostumbrados.

Y otra colonia, esta ya con todas las especies de garzas, moritos y espátulas, está establecida en el islote de la laguna de Tarelo, sobre tarajes. Aquí, aparte de disfrutar de la magnífica vista de la pajarera, observamos un buen número de patos de varias especies y hasta una docena de malvasías.

RECUERDOS DE CAZA DE OTROS TIEMPOS 

Para completar el recorrido, solo nos queda ya bajar por la orilla del río hasta Bonanza, bordeando las salinas. Una inevitable acumulación de recuerdos cinegéticos llegan a la mente conforme vamos pasando enclaves que en otro tiempo fueron escenario de cacerías de aves acuáticas.

Las playas fangosas del río, cubiertas de barrones, nos han proporcionado en Los Albardones cuantiosas perchas de agachonas. En el lucio del mismo nombre cobrábamos muchos silbones en el invierno.

Otros lucios en nuestro camino, como el de Adentro, el de Las Pajas o el Cagaero, fueron escenario de tiradas de rabudos, picolaos y cercetas; y, a principio de temporada, de porrones y patos reales.

Hoy estaban poblados por miles de flamencos y una extraordinaria variedad de aves larolimícolas. Charranes, fumareles, gaviotas picofinas y la interminable lista de pequeñas zancudas, entre las que predominan grandes bandadas de agujas y correlimos gordos.

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Los charranes, en ocasiones, llegan a concentrarse en gran número en la zona.

Y otra vez las rapaces, desde el milano que ha anidado en un gran taraje de la Punta de los Sapillos, hasta la culebrera que se cierne en el aire como si fuera un cernícalo, esperando descubrir un lagarto entre las junqueras.

A tiempo para almorzar en casa acaba nuestro periplo pajarero, en el cual durante dos mañanas, y aún sin traspasar los límites de la provincia, hemos reseñado 142 especies diferentes de aves.

Y ello dejando de visitar ciertas otras zonas también muy ricas en avifauna, como la de los pueblos blancos serranos o la campiña y viñedos del Marco de Jerez, donde se producen los vinos más universales de todos y que, paradójicamente, son los más infravalorados.

Para hacer honor a ellos despachamos una botella de amontillado y otra de Palo Cortado a la sombra de un taraje, justo a la orilla del río grande, mientras comentamos nuestras vivencias ornitológicas.

Javier Hidalgo

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