La ciudad contra el campo

Sir Peter Scott (1909-1989), aquel famoso pintor de patos y ánsares y gran naturalista, me preguntó un día por Doñana. Cazador, amigo y contemporáneo de mi padre, hijo del capitán Scott, que murió trágicamente en la Antártida pocos días después de que el noruego Roal Amundsen se le adelantara en el descubrimiento del Polo Sur a principios del siglo XX, Peter obtuvo el favor de la corona británica en forma de la financiación de sus estudios superiores en la Escuela de Arte.

Consiguió una medalla olímpica en vela para su país y fue campeón nacional de saltos en ala delta. Convertido en reconocido artista con una especial inclinación por las ciencias naturales, se volcó en la difícil tarea de la conservación y fundó varias instituciones, como el Wildfowl Trust y, lo que pocas personas conocen, fue artífice principal, con un grupo de amigos, en la creación del World Wildlife Fund, WWF, con el propósito de comprar unos terrenos en Doñana para dedicarlos a reserva biológica.

Efectivamente, la organización que tiene por logo al oso panda fue instituida para recaudar fondos y comprar con ellos los terrenos que luego integraron la Estación Biológica de Doñana.

Pues bien, en aquella ocasión en que sir Peter me preguntó por Doñana, estábamos en Norfolk, Inglaterra, en la inauguración de una reserva de patos por parte del príncipe Felipe, duque de Edimburgo, y debía ser por los años ochenta del siglo pasado.

Yo le contesté que seguíamos con los problemas de siempre en Doñana y Peter me dijo que era el primero y el único proyecto del WWF que nunca terminaba de cuajar… Me parece que Peter era consciente de la absoluta indiferencia que los gobernantes mediterráneos muestran hacia los asuntos de la conservación del medio ambiente.

Cuando ese puñado de conservacionistas creó el WWF para conseguir dinero y comprar un pedazo del humedal más importante de Europa, las dos especies nativas de allí que más llamaron su atención fueron el águila imperial y el lince.

Hoy, 54 años después y tras haberse declarado parque nacional todo Doñana y Las Marismas del Guadalquivir, tras haberse invertido ingentes cantidades de dinero público en su conservación, tras haberse prohibido la caza desde los años ochenta, los linces han poco menos que desaparecido del viejo cazadero real y las águilas imperiales han preferido irse a vivir a los terrenos privados dedicados a cotos de caza, hasta el punto de que el 80 por ciento de la población total actual –unas 500 parejas– vive en estos terrenos.

Ante estas circunstancias, resulta chocante constatar la animadversión que hoy día despierta el gremio cazador entre la población urbana y que se traduce en continuos ataques y rechazo generalizado hacia la caza y sus practicantes, cuando aquella y estos son precisamente los que han propiciado que llegaran hasta nuestros días los pocos espacios naturales inalterados que nos quedan y con ello han evitado la desaparición de muchas especies animales.

Ahí están las Tablas de Daimiel, Cabañeros, Doñana, el Delta del Ebro, etc., todos espacios preservados a lo largo de generaciones por sus propietarios y ahora convertidos en terrenos públicos protegidos, cuya mala gestión les ha traído una serie de amenazas que atentan contra su integridad y la de las especies de animales salvajes que los pueblan.

Esa animadversión de los habitantes urbanos, como todos los radicalismos, se sustenta en la ignorancia. Y en estos tiempos aparece incentivada por las corrientes populistas.

Porque una mayoría de ciudadanos cree que las hamburguesas, los deditos de pescado y otros alimentos de origen animal se crean en el supermercado y desconocen el campo y sus circunstancias, así como la vasta cultura y las prácticas tradicionales que están ligadas y condicionan la vida y los hábitos rurales.

Es la desagradecida reacción hacia una minoría, los habitantes del campo y sus simpatizantes, que a lo largo de la historia de la humanidad ha provisto las mesas del Homo sapiens.

Y si el ciudadano medio desconoce estos extremos, no digamos a qué nivel llega su ignorancia acerca de la positiva influencia que la caza ha tenido y tiene en los mecanismos del mantenimiento de los espacios y las especies. Ha sido y es el mejor instrumento para conservarlos.

Ahora surgen noticias acerca de la recuperación de nuestro lince, el felino más amenazado del planeta. Se ha invertido mucho dinero público en el proyecto de cría en cautividad y reintroducción. Pero finalmente, donde el gato está reapareciendo es en los terrenos privados gestionados para la caza por parte de sus propietarios, porque aquí es donde encuentra mayor disponibilidad de alimento.

Mientras exista animadversión de la ciudad hacia el campo y la caza, la integridad de nuestros sistemas naturales estará en peligro.

Javier Hidalgo

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