En el pasado mes de octubre se tomó la decisión de cerrar la caza en Rumanía de los siguientes depredadores: oso pardo europeo, lobo, lince y gato montés.
Desde la incorporación de este país a la Comunidad Europea cada año se producía una moratoria, que permitía de modo excepcional la caza del oso, motivada por los daños que causaba esta especie tanto a la cabaña ganadera como a la población humana.
Año tras año, sabiendo que la espada de Damocles estaba pendiente, hemos estado cazando osos allí. A nivel personal me preocupaba no asistir a una de las modalidades más espectaculares de caza que he podido conocer y disfrutar, como han sido las batidas que tenían por objeto al gran plantígrado.
Estar defendiendo un puesto, sentir el galopar del animal, oír cómo resopla por los ijares por el esfuerzo de remontar una colina, y de repente descubrir que el absoluto rey del bosque europeo te va ganando terreno, ha sido un espectáculo repetido muchas veces y que se ha quedado grabado en mi retina para siempre. Me han pasado osos muy cerca, algunos heridos que, a tirascazos, casi me los he tenido que quitar de encima.
No menos importante han sido las esperas. El sistema de control de Ceaucescu continuó después de su asesinato, y la eficaz guardería siguió cumpliendo con su labor, apuntando a diario las horas de entradas de los osos y sus características, lo que producía un resultado cinegético de absoluta garantía. El dictador era el único cazador del país, y he dado en llamar el ‘síndrome Ceaucescu’ cuando las personas en lo alto de las magistraturas de una nación ponían todos sus recursos cinegéticos en beneficio tan solo de sí mismos; otro dictador, Tito, en Yugoslavia, competía con su vecino en estos temas.
Pero, gracias a la gestión unipersonal de Ceaucescu, pasó Rumanía a disponer del 90 % de los osos de Europa, cifrando esas existencias en 10.000 ejemplares. A esta ingente cantidad de animales les espera un futuro amenazador. Los propietarios de los cotos no desearán tener a un carnívoro poderoso que limita al resto de especies cinegéticas permitidas. El ganadero no quedará impasible a la reducción de sus reses por la acción de unos animales que no le van a reportar ningún tipo de compensación, como hasta la fecha ocurría, cuando los cazadores, de modo muy generoso, le entregaban suculentas cantidades de dinero por permitir que los plantígrados camparan a sus anchas. La población civil también se verá amenazada por unos animales que podrán vagar sin control.
Para los que creemos firmemente que la mejor conservación es la que se realiza de modo científico a través del control cinegético, la prohibición de la caza de los depredadores señalados en Rumanía es una pésima noticia, que se une a las que, de modo continuo, estamos recibiendo sin parar desde hace unos años.
José García Escorial