Solemos recordar en las páginas de Trofeo que tanto o más importante que las especies objeto de caza es el medio en el que se desarrolle esta actividad.
El grado de pureza del entorno suele ser proporcional al silvestrismo de los animales que lo habitan; por eso, la caza así concebida es la mayor aliada de un medioambiente sano, libre y salvaje y de la conservación. En esto no cabe duda de que la montaña se lleva la palma. La montaña es un escenario difícil de prostituir.
Las dificultades físicas que impone son alicientes que el cazador exigente valora y hacen que cualquier especie abatida en ella multiplique la satisfacción que proporciona su cobro.
Intentaba transmitir hace poco en un artículo para el diario ABC lo que supone para un cazador naturalista el cobrar una humilde perdiz salvaje en montaña.
En este entorno, la cacería es siempre lo principal y todos los protagonistas cobran valor: el perro, el cazador y también la propia pieza, que encuentra en las alturas más defensas, al tiempo que su perseguidor más trabas.
Entre los miembros de la cuadrilla, corceros desde hace muchos años, siempre hemos distinguido dos tipos de corzos: el de llanura y el de montaña.
Somos conscientes de que se trata de la misma especie, pero tenemos claro que su caza adquiere en montaña otra dimensión.
Lo mismo ocurre con el ciervo, que eterno segundón en la montería, siempre tras el jabalí, pasa a ser en montaña para un recechista una de las especies de caza más ariscas y valoradas.
En Trofeo sabemos que este tipo de caza no es hoy ni de lejos la más popular, a pesar de que sea este uno de los países más montañosos del mundo y uno de los más interesantes en cuanto a caza de montaña se refiere, ya que cuenta con especies, algunas endémicas, de gran interés para el cazador internacional, como rebecos, muflones, cabras monteses o arruíes.
Probablemente, el cazador moderno opte en general por cacerías más cómodas, aunque también las imposiciones económicas de recechar en las cumbres seguro que tienen mucho que ver.
Otros, como los cazadores de la cornisa cantábrica o el Pirineo, por ejemplo, tienen, a mi gusto, la suerte de que la caza de montaña sea su única opción.
En cualquier caso, se practique o no este tipo caza, el cazador conservacionista, naturalista y amante de la caza salvaje, seguro que apreciará vivir experiencias, algunas muy lejanas en el espacio y posiblemente de sus medios, aunque solo sea a través de unas páginas de papel; igual que otros, sin ser montañeros, devoramos los libros y documentales sobre alpinismo con verdadero entusiasmo.
Así que ofrecemos este mes varios trabajos sobre caza de montaña para vivirla desde el sillón.
En primer lugar, Juan Antonio García Alonso nos acerca, en una entrevista, a lo que es este tipo de caza en el mundo a través de la historia de la cofradía de la que es secretario, Culminum magister, que reúne a una serie de cazadores españoles e internacionales devotos de la caza en las alturas.
A continuación, publicamos el relato de una apasionante cacería de tar en la otra punta del mundo, que nos ofrece Joan España. En ella tiene que superar, además de los obstáculos que él mismo se impone, como es el optar por el arco como arma, o los que vienen dados por el destino elegido, los Alpes neozelandeses, los que le reservan las imprevisibles inclemencias meteorológicas.
Si superar dificultades es un plus en una cacería, Joan y sus amigos debieron disfrutar un rato.
También conoceremos, de la mano de José García Escorial, la controvertida historia de una de las especies más valoradas por el cazador de montaña internacional, el borrego cimarrón, que tras encontrarse en serio peligro de extinción resurgió de forma espectacular gracias a la caza; y que también gracias a la caza, la ilegal en este caso, siente vergüenza el autor, según afirma.
Esperamos que disfruten con este número dedicado a la montaña, un escenario ideal para entender lo que es la caza auténtica, lo que fue y lo que es hoy esta actividad.
Porque las cosas se ven siempre mejor desde arriba.