El equilibrio natural, predadores, superdepradores, mesodepradores

Como el perro y el gato, así nos llevamos entre los predadores. No nos gusta compartir nuestras presas y territorios. El hombre, en particular, ha perseguido a otros predadores secularmente, y las campañas de erradicación de animales ‘dañinos, ‘nocivos’ o ‘alimañas’ han sido comunes hasta hace muy poco.

De esa forma de tratarlos se ha pasado a todo lo contrario y cada día es más frecuente oír hablar sobre la facultad de la naturaleza para autorregular su equilibrio y de cómo predadores y presas tienden a estabilizar sus poblaciones de forma natural en sus ecosistemas.

Existen multitud de estudios, sin duda apasionantes, que describen la forma en la que oscilan en el tiempo, a modo de hondas sonoras, las poblaciones de predadores y presas, como era de esperar las de los primeros tras las de los segundos.

Se ha trabajado con grupos de ciervos que conviven con manadas de lobos, de linces boreales y liebres árticas, conejos y linces ibéricos, leones, tigres, leopardos y otros predadores y sus presas más habituales, incluso tiburones blancos y focas o coyotes y correcaminos.

Por lo general en estos trabajos se argumenta que este equilibrio es fruto de la evolución paralela de las especies y que al igual que la selección natural no fomenta parásitos que acaben con la vida de sus huéspedes, el predador no acabará nunca con las presas que le sirven de alimento.

En la práctica, esos binomios predador-presa son por lo general trinomios, cuatrinomios, en realidad polinomios, luchas por la supervivencia en las que suelen intervenir muchas especies juntas, y las presas pueden ser predadores a su vez y los predadores presas.

Es cierto que la naturaleza tiende al equilibrio ecológico, un equilibrio siempre inestable y que evoluciona, que se desequilibra para volver a equilibrarse y que lo hace poniendo, uno sobre otro, pequeños combates en los dos platos de la balanza.

Para restablecer ese equilibrio cuando desaparece (situación harto frecuente) se argumenta que

«es necesario respetar los ritmos naturales y que hay que buscar soluciones basadas en la naturaleza y soluciones ecológicas», etcétera. Esos “ritmos naturales”, pese a quien pese, en palabras de Darwin, «son propulsados por el hambre y la muerte».

Se insiste también en el valor que tiene una población sana de superdepredadores en un ecosistema salvaje para restablecer ese equilibrio. Ha quedado demostrado que los superdepredadores, especies más sensibles selectivas en su alimento y más escasas, no solo matan para comer, también lo hacen por evitar competencia y regular así las poblaciones de mesodepredadores, especies más generalistas y oportunistas, de poblaciones mucho más abundantes, además de las de grandes ungulados; y con ello protegen a su vez la vegetacion, evitan la degradación de ríos y otros ecosistemas acuáticos al disminuirse la erosión, y de paso benefician el crecimiento de algunas especies de presas menores.

Pero si esto es posible en una naturaleza virgen, en entornos muy degradados y poco ‘naturales, con basureros, megaexplotaciones agrarias y almas caritativas que alimentan a los gatos asilvestrados, de suaves inviernos, donde las cigüeñas y los zorros encuentran sustento de sobra para reproducirse y con pocos superpredadores, esa opción no intervencionista se convierte en algo poco eficaz.

Nosotros también hemos evolucionado con las demás especies, de hecho hemos vivido únicamente de la predación el 99  de nuestra existencia.

Ahora estamos instalados en la cima de la pirámide alimenticia, lo cierto es que desde hace tiempo de una forma que recuerda al juego ese en el que los de abajo pagan a los de arriba hasta que termina mal la cosa.

Desde esa posición reclamamos y tenemos derecho a nuestra cuota de presas, pero también tenemos la obligación de intervenir, de proteger o controlar a los superpredadores y sobre todo a los mesopredadores si es necesario, de regular el aumento o disminución de la población de unas u otras especies para buscar ese equilibrio deseado, de cuidar y mejorar nuestro entorno; y, lo más importante, también tenemos la responsabilidad de controlarnos a nosotros mismos.

Nadie más lo puede hacer.

Pablo Capote

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