EL monte español, en general, está sucio y viejo

El pasado mes de julio se declaró en mi provincia, Huelva, un incendio descomunal que empezó en Moguer y terminó a las puertas del Parque Nacional de Doñana, 8500 hectáreas calcinadas.

Conocí la zona una vez que un socio del coto me llevó a Doñana. Es un bosque de pino piñonero infinito con un sotobosque compuesto de aulagas, jara blanca y otros arbustos, lo que, unido a la hoja de pino amontonada durante años, se convierte en comida muy apetitosa para el fuego, como pudo verse.

Además, hay pocos cortafuegos y estrechos. Para colmo, el día del incendio hacía mucho calor y soplaba un viento huracanado. Después he visto vídeos de cómo volaban, debido al viento, virutas incandescentes que incendiaban el monte muy por delante del frente de fuego. Imposible pararlo en estas circunstancias. Gracias a que el viento paró; si no, arde Doñana, pues la vez que estuve allí vi también mucho matorral.

Se hicieron muchas hipótesis sobre el origen del fuego, que si fue provocado para fines urbanísticos o construir un gaseoducto. Al final parece que fue una negligencia de una empresa carbonera, aunque también he visto un vídeo, con tres focos a la vez, que desmentiría la versión oficial.

En cualquier caso, está claro que la culpa de un incendio la tiene quien lo provoca, pero lo tendrá más difícil o imposible si ese incendio no tiene leña.

Me explico, el monte español, en general, está sucio y viejo. O sea, se limpia poco, la política general es dejarlo crecer a sus anchas hasta que hoy, mañana o pasado mañana llegue el cerillazo premeditado o negligente. Se activa entonces el protocolo de extinción, y venga aviones, helicópteros, maquinaria pesada y retenes, pero, a pesar de todo, el incendio es incontrolable.

Se gastan inmensas fortunas en labores de extinción y muy poco en la prevención. Un amigo que entiende de estos asuntos me dijo que una hora de extinción de un incendio forestal cuesta unos 50.000 euros. Con ese dinero se limpia bastante monte, y ya el fuego nunca será tan duro.

Hoy una cuadrilla de personas equipadas con desbrozadoras manuales y acompañadas de una máquina desbrozadora limpia selectivamente muchas hectáreas con la mitad de esos 50.000 euros. Y esta prevención evitará después el incendio, o será muy fácil y barato apagarlo.

Además, un ecosistema cuidado da más biodiversidad que ese bosque cerrado. De este modo gana la naturaleza, quien vive de ella, quien la disfruta, como los cazadores, y posiblemente a la Administración le salga más barata la operación. Además, el trabajo de los retenes duraría más.

Antes, la existencia de ganado extensivo, principalmente ovejas y cabras, mantenía el monte más limpio porque se comían los nuevos brotes; pero, al desaparecer el ganado, son los dientes de las desbrozadoras los que tienen que actuar.

No sé quién lleva la política forestal. Los que saben manejar el monte son los peritos e ingenieros de monte, y todos con los que hablas no están de acuerdo con lo que se está haciendo. Se está imponiendo una conservación ‘tolerante’ frente a la conservación ‘pragmática’ que se ha llevado siempre a cabo.

O sea, ni la flora ni la fauna deben crecer infinitamente, pues de lo contrario el fuego o la enfermedad ponen orden. Tiene que haber un equilibrio natural que, además, beneficie a la sociedad. Hay que añadir que muchos cortafuegos parecen de juguete y están desatendidos. No pasa nada por hacer grandes cortafuegos, por sacrificar algunos árboles y mucho más matorral. No pasa nada, y lo que pueden parecer heridas por la ausencia de matorral son en verdad zonas de comida y medidas preventivas frente a los incendios.

Ahora parece que cuanto más vestido esté un monte mejor y más natural, cuando es todo lo contrario. Además es mejor un acebuche, un alcornoque o un lentisco que varias jaras y aulagas. Por pragmatismo y rentabilidad prefiero un alcornocal que un jaral. Todos los seres humanos tenemos los mismos derechos por el hecho de serlo, pero la flora no.

Y por esta misma razón a ver si se apuesta más por reforestar árboles autóctonos, más bonitos y rentables que esos monótonos bosques de pino carrasco, feos y queridos por los fuegos cuando solo se reforestan pinos. Lo ideal serían bosques mixtos limpios y bien pastados –por el ganado o la caza, según zonas– con amplias áreas cortafuegos de pastos o cultivos leñosos –olivos y otros–.

En el macroincendio de Portugal me llamó la atención cómo una casa en mitad del bosque se salvó de las llamas porque su propietaria había sembrado a su alrededor árboles autóctonos como olivos y castaños, más resistentes al fuego.

A ver si aprendemos de una vez de los errores y aplicamos una política forestal seria y pragmática, mantenida con inteligencia y duradera en el tiempo, y rica en árboles autóctonos que den belleza, vida y rentabilidad a nuestros montes.

Tío Calañas

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