El problema de la introducción de especies exóticas

Los montes y los ríos españoles están cambiando por la introducción de especies vegetales y animales que no estaban aquí hace unas pocas décadas. Los ecosistemas son espacios de equilibro biológico frágil, que sufren o están ya sufriendo cambios que son invisibles para la mayoría de los ciudadanos, que solo son estudiados por unos pocos biólogos y cuyas consecuencias a medio y largo plazo son hoy una incógnita.

La ecología no es la bandera ideológica de los ‘ecologistas’, sino la ciencia o el conjunto de ciencias que estudia e intentan comprender las sutiles interrelaciones entre todos los seres vivos y su entorno, incluyendo los llamados factores ‘abióticos’ locales como el clima o la geología. En la ecología, más que en ninguna otra ciencia, se ha descubierto que se produce muchas veces el metafórico ‘efecto mariposa’: el vuelo de una mariposa en las antípodas provoca aquí un huracán. Es decir, un mínimo cambio, apenas visible, tal vez la introducción de una bacteria, el cambio de un grado de temperatura, un insecto nuevo, o su desaparición, provoca cambios muy grandes, a veces a largo plazo y a veces repentinos. Cambios que con mucha frecuencia no afectan al ser humano, pero otros sí, y de forma muy grave.

La globalización, la intensificación del comercio mundial por tierra, mar y aire, pero también la voluntad consciente o inconsciente de algunos ciudadanos, han producido la proliferación de especies de plantas, insectos, peces, bacterias, aves y mamíferos en nuestro país que antes no existían. Eso puede parecernos curioso, asombroso o pintoresco, pocas veces entendemos el potencial catastrófico de esta «novedad» no solo para el equilibrio biológico de nuestros espacios naturales o urbanos, la economía agrícola y ganadera o la situación de nuestros ríos, sino para nuestra propia salud humana.

Nos suenan, porque de cuando en cuando la televisión o la prensa publica alguna noticia, el mosquito tigre, el caracol manzana, el siluro del Danubio, el mejillón cebra, el moco de roca, la hormiga argentina, el alburno, la rana toro, la cotorra argentina, el plumero de la pampa o avispón asiático, pero hay muchas docenas más especificadas en el Real Decreto 630/2013, de 2 de agosto, por el que se regula el Catálogo español de especies exóticas invasoras. Animales nuevos que transforman o destruyen nuestros ecosistemas y a las especies que los habitan.

Los cazadores y pescadores nos hacemos un lío con las especies autóctonas, alóctonas, subespecies, endémicas, invasoras, amenazadas, no amenazadas…, y la politización de esta confusión o la lucha contra la ley antes citada no ayuda mucho a que mejoren nuestras especies autóctonas cazables o pescables.

Juan Carranza Almansa, director de la Cátedra de Recursos Cinegéticos y Piscícolas de la Universidad de Córdoba, defiende por ejemplo la Certificación de la Calidad Cinegética de los cotos en la que se valora una buena gestión compatible con la conservación estricta de los ecosistemas. Una gestión que potencia la naturaleza, el salvajismo, la no intervención humana para «facilitar la vida» o «mejorar a una especie» porque esas técnicas están cambiando la naturaleza, la forma de adaptarse a un medio hostil de los animales, impidiendo que la naturaleza juegue su variabilidad.

Los actuales problemas de tuberculosis con los jabalíes, los ciervos de granja, los cotos monocultivo de perdiz ‘de lata’, la disminución de la variabilidad genética, los cercones, la selección artificial con criterios ganaderos de determinados trofeos producen animales que ya no son del todo salvajes, que cada día son más eso: ‘ganadería’.

La otra opción sería certificar una buena gestión compatible con la conservación. Calidad cinegética no es «muchas piezas o cuernos grandes», sino sostenibilidad y conservación. Es «naturalidad», «autóctono», «reproducción natural», «no suelta», «no inseminación», «no pienso». Cuanto más natural mejor. Lo que se certificará será eso y eso tendrá valor.

Nos guste o no la caza en el futuro va a estar ahí, por cuidar de lo salvaje y lo autóctono, por no cambiar las subespecies que se han adaptado durante miles de años al secarral manchego o a los difíciles montes de la meseta, por no introducir perdices o ciervos de otros lugares, ni cambiar el ecosistema. Por supuesto que la agricultura moderna mata caza en mayor cantidad y proporción que todos los cazadores de España juntos porque arrasa toda la cadena alimenticia natural y eso también deberá cambiar.

La lucha política de los cazadores y pescadores contra ciertas cuestiones del Real Decreto 630/2013 debe ir más allá de culpar a los ecologistas de ese lío. Los primeros ‘ecologistas’ deben volver a ser los cazadores que en un tiempo estuvieron en la vanguardia de la protección de los ecosistemas salvajes de España o de sus aves. De hecho la mayoría de lo que son hoy los parques y espacios naturales más salvajes y biodiversos de España se han salvado de su desaparición gracias a la caza, así que esa herencia debe continuar hoy.

Miles de hectáreas de monte y miles de kilómetros de río en España siguen amenazados por la contaminación, los incendios, la especulación, la agricultura intensiva, la falta de escrúpulos de algunos o la ignorancia de la mayoría. Cazadores y pescadores ‘usamos’ y disfrutamos el monte y los ríos, pero estos no son solo ‘nuestros’, defenderlos para nosotros es defender también lo que es de todos, y por ahí me gustaría que fuera también nuestra lucha, no solo por derogar una ley.

Ramón J. Soria Breña

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