En alguna ocasión he tenido que documentarme para editar alguna guía de especies animales, principalmente sobre aves. Redactar este tipo de trabajos no tiene mucho misterio, se trata básicamente de recopilar datos sobre cuestiones morfológicas, costumbres y distribuciones, y sobre algo que cada día tiene más relevancia, como es su estado de conservación, de lo que suele aportarse algún apunte.
Esta tediosa tarea proporciona una visión global de aspectos que afectan a la vida de las diferentes especies y de cómo distintos factores benefician a algunas y perjudican a otras. Para referirse a la salud de las poblaciones de la fauna suelen utilizarse formulismos como el de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, en su Lista Roja, que maneja términos como ‘bajo riesgo’, ‘preocupación menor’ o ‘en peligro’.
Además, en el caso de tratarse de especies amenazadas o vulnerables, suelen citarse las causas por las cuales han descendido sus poblaciones. El motivo más recurrente en este apartado para explicar los descensos poblacionales es la pérdida o transformación de los hábitats, aunque es curioso constatar que las causas que pueden llevar a la extinción de una especie pueden ser beneficiosas para otra afín.
La adaptabilidad y la sensibilidad a estos cambios no es igual en todas ellas y mientras que unas pueden necesitar, por ejemplo, bosques primarios inmaculados para subsistir, sus parientes cercanos pueden prosperar mejor en bosques secundarios intervenidos por el hombre. Nunca llueve a gusto de todos y de ahí lo delicado que es hacer una gestión correcta de cara a la conservación.
El grado de estas injerencias humanas es también determinante: un incendio puede ser un desastre, mientras una quema controlada puede ser muy beneficiosa. Dos de los factores que más han influido en el ecosistema y en la salud de las poblaciones de fauna salvaje son la agricultura y la ganadería.
Por lo general, las especies cinegéticas han evolucionado junto al hombre y se han adaptado con mayor o menor éxito a un entorno humanizado a través de los siglos, aunque las modernas técnicas intensivas han invertido el efecto positivo de las prácticas tradicionales para la subsistencia de muchas de ellas, sobre todo las de caza menor.
Coinciden en el número 563 de abril 2017 de Trofeo algunos escritos que tocan directa o indirectamente este tema. Por un lado nos llega la noticia de la puesta en marcha de un proyecto piloto auspiciado por la Federación Extremeña de Caza y la Asociación de Gestores de la Dehesa de Extremadura, que consiste en la creación del Grupo Operativo de Innovación de Buenas Prácticas Agroganaderas, que pretende trabajar de cara a la recuperación de los ecosistemas y de nuestra caza menor, sin duda un experimento interesante y prometedor.
También publicamos un estudio sobre las causas de la disminución de la cría de la tórtola común en nuestros campos, en el que se concluye que, si bien los estudios científicos realizados hasta el momento señalaban a la agricultura intensiva como la causa principal del preocupante descenso de sus poblaciones, los elementos del monte mediterráneo claves para el hábitat reproductivo de la tórtola están en la mayoría de los casos ligados a la agricultura y la ganadería extensiva y estas actividades tradicionales serían consustanciales a la conservación del hábitat de estas aves y por consiguiente de sus poblaciones, algo que podría aplicarse a otras especies.
En tercer lugar, y en este caso la transformación de su entorno le ha beneficiado, el corzo peninsular ha protagonizado una expansión sin parangón, acompañada de una increíble mejora de sus trofeos, algo que no hace muchas décadas ningún corcero nos atreveríamos a soñar.
Jorge Bernad analiza esta evolución, en la que los pequeños corzos ibéricos han pasado a encabezar las listas de récords europeas, colocando veintisiete entre los cien mejores del continente, cinco más que Hungría, el destino más deseado antaño, hoy segundo país en la clasificación.
Pese a quien pese, el hombre es un factor más en la naturaleza, un predador muy particular, y tan perjudicial es dejarle campar a sus anchas como eliminarlo de la ecuación.
Pablo Capote Urosa