Consejos para tener éxito en el rececho de jabalí con arco al rastro

La caza a la huella y el rastreo en general no gozan en España del predicamento que en el resto de Europa o en Norteamérica; y, sobre todo, que en África.

La tradición o las condiciones del terreno no han llevado al cazador peninsular por ese apasionante camino. Además, practicarla en las condiciones más idóneas, es decir, con el suelo nevado, está prohibido en la mayor parte del territorio.

No es así en el Pirineo, donde se da la excepción de que se permite, en este caso, además con arco.

El jabalí (Sus scrofa), poco puedo decir sobre este animal que no se haya dicho ya.

Es la especie de caza mayor que más ha incrementado su población en estos últimos años, habitando lugares donde antes no existía, causando verdaderos problemas en zonas rurales y algunos núcleos urbanos y llegando hasta el punto de ser considerada plaga en muchos sitios de nuestra geografía y del resto del planeta.

Odiado por agricultores por el daño que causa a las cosechas, es amado por cazadores ya que su caza despierta verdadera pasión entre los aficionados que la practican, siendo la más común y conocida y la que tiene más modalidades: en batida, en montería con perros, a la espera desde puesto en el suelo o elevado, en cebaderos, al paso, con aguardos nocturnos, a caballo con lanza, a rececho y al rastro con nieve.

Esta última es una de las menos prácticas, pero sin lugar a dudas es una de las más duras y gratificantes para el cazador; pero si la practicamos en zonas de alta montaña con espectaculares paisajes en pleno Pirineo, donde el blanco manto del invierno cubre sus montes, se torna una caza única y mágica tanto por la dificultad que supone como por lo desconocido e incierto de su resultado.

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En muchos lugares de España la caza con nieve está prohibida, pero en los Pirineos, teniendo en cuenta que prácticamente la mitad de la temporada la nieve está presente en las áreas de caza, se hizo una modificación de la normativa adaptándola a la zona, donde se puede practicar su caza siempre y cuando el manto de nieve no supere un espesor determinado y no condicione la huida del animal.

He tenido la suerte de ser escudero de uno de los mejores cazadores de jabalí al rastro que conozco, mi padre; tras sus pasos aprendí –y a día de hoy lo sigo haciendo– todo lo que sé sobre este bonito y desconocido arte venatorio.

Mediados de noviembre; las precoces nevadas habían cubierto de blanco las montañas, preámbulo del largo invierno que se avecina.

Aunque la calidad de la nieve no era la ideal para practicar este tipo de caza, ya que se trataba de nieve costra (como se le llama en el argot), dura y ruidosa que se quebraba al pisar, complicando de forma exponencial la tarea de colocarse a distancia de tiro sin ser descubierto, había que intentarlo. Así que, no muy pronto, a las 7:00 a.m., ya que con este tipo de caza no es muy necesario madrugar, cargo bártulos y al monte .

El asfalto de la carretera da paso a la nevada y a la serpenteante pista que me llevará a la zona del cazadero. En las caras umbrías, lo resbaladizo del terreno hace el avance ‘más divertido’, confiando que el bloqueo y los buenos zapos del 4×4 me harán descender sin problemas.

Unos 20 minutos más tarde llego al valle que tengo intención de cazar. Dejo la pick-up en un apartadero y con todos los trastos empiezo a remontar la ladera en busca de algún rastro de actividad de los jabalís en sus correrías nocturnas en busca de sustento.

Poco tardo en encontrar unos hozados en la zona baja; eran frescos, de hacía poco, pues la tierra que estaba suelta encima de la nieve aún no se había helado.

Rodeo las hozadas en busca de la salida del rastro hacia el encame; en pocos minutos la encuentro y me pongo a seguirla. Saber el peso por el tamaño de la huella es tarea complicada y muchas veces la pisada no hace justicia al porte del marrano.

Cómo identificar los rastros y las huellas del Jabalí

Lo que está claro es que son dos y no muy pesados, ya que sus huellas no son muy profundas. El rastro cruza el río y se dirige hacia una ladera boscosa con orientación sur, muy querenciosa cuando el blanco manto y las bajas temperaturas inundan el valle.

Empiezo a ganar altura siguiendo las pisadas de los suidos y, a medida que el rastro se adentra en el frondoso bosque de pino negro (Pinus uncinata), las zancadas de los marranos se van acortando, señal inequívoca de que al amparo de lo espeso se sienten más confiados.

Echo la vista atrás, ya no veo la pick-up y el murmullo del cada vez menos caudaloso río ya apenas se oye; miro el reloj, 1,70 km desde que cogí el rastro.

En este tipo de caza uno sabe dónde empieza pero no dónde ni cómo acaba; he seguido rastros días enteros sin poder dar con el jabalí y a algunos, después de toda un jornada siguiéndolos, les he tirado ¡a escasos cientos de metros de donde empecé el rastro!

El rastro empieza a llanear, dentro del bosque la capa de nieve es más fina, unos 20 cm, pero a cada paso que doy cruje bajo mis pies como cristal, avisando de mi presencia, lo cual me preocupa ya que no es mi intención tirar a un jabalí a la carrera con el arco.

A los 5,20 km el rastro se divide y encuentro unas leves hozadas muy frescas, señal típica e inequívoca de los suidos antes de encamarse; aminoro el paso, compruebo la dirección del viento, que sigue golpeándome la jeta, y presto más atención si cabe a todo lo que me rodea ya que intuyo que en cualquier momento daré con ellos.

Este momento es único y quizá el que más nerviosismo me genera: la incertidumbre de cómo será el encuentro, ¿estarán debajo de un tronco caído? ¿Me sorprenderán con un bufido y una fugaz carrera? ¿O metidos en un espeso matorral?

Ayudándome del loop de la cuerda, hago un poco de presión con el disparador para que la correa de cuero se ajuste bien con mi muñeca y a la hora de anclar este sea lo más sólido y compacto posible.

Dos pasos más y en una asomada… ¡allí están!, tumbados culo con culo con las orejas levantadas a escasos 15 metros.

Me agacho, enciendo la cámara de la cabeza, me aseguro de que el visor está colocado a la distancia más corta al que lo tengo ajustado, abro el arco en cuclillas y poco a poco me levanto; voy asomando, espero que sigan allí, repito una y otra vez mientras termino de asomar.

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Momento del disparo tomado con la cámara de la cabeza, en el que el jabalí se aprecia de frente en el círculo rojo

 

Uno de los jabalís ya está en alerta pues está plantado mirando hacia mi posición, mientras el otro sigue tumbado dándome la espalda.

En décimas de segundo tengo que escoger mi objetivo ya que no sé cuánto aguantarán sin bufarme y arrancar a correr; ninguno de los dos me ofrece un buen blanco pero decido tirar al que está de pecho, creo que será mas fácil que mi saeta alcance alguna zona vital.

Me asomo un poco más, lo justo para que pueda pasar la flecha; le pongo el pin en la base del cuello mientras termino de consolidar el anclaje y, mientras colimo, empiezo a abrazar el frío gatillo, como destaca la amarillenta fibra óptica del visor en el oscuro pelaje del animal; y, sin darme cuenta, la suelta me sorprende: ¡fuubbbb!

A cámara lenta veo el vuelo de la emplumada y cómo esta impacta en el animal, que emprende una torpe carrera tiñendo el blanco manto del suelo de rojo carmín a su paso.

A 20 m del tiro veo cómo el animal en vano intenta seguir de forma errática y descoordinada a su congénere, pero da una vuelta sobre sí mismo y se desploma, deslizándose por la nevada ladera, para parar en un tocón de árbol caído.

Me siento en el frío suelo; mientras el bosque enmudece, voy asimilando lo sucedido, nunca dejará de sorprenderme lo letal que puede llegar a ser una flecha de caza bien colocada.

Son las 11:40 minutos. Más de cuatro horas y 5,50 km después de encontrar las primeras hozadas en el fondo del valle, he podido culminar con éxito uno de los lances más bonitos de mi vida.

Me incorporo, sacudo la fría nieve de mis pantalones y poco a poco me pongo detrás del rastro. Aunque sé que el jabalí yace muerto, siempre me gusta seguir el rastro dejado por el animal en su huida, esto me ayudará en otras ocasiones a interpretar su comportamiento después de recibir el impacto de la flecha.

Lo escandaloso y abundante del rastro se ve magnificado por la nieve, que paso a paso me dirige hacia el animal. Minutos más tarde por fin puedo tocarlo, se trata de un macho de dos años y medio de edad y unos 50-60 kg de peso, bien cebado.

Saco las fotos de rigor, unos vídeos y preparo el animal para arrastrarlo. Lo bajaré entero hacia el coche ya que, como tiene el tiro en el cuello, tendrá una canal de carne perfecta y prefiero eviscerarlo en casa para no ensuciar su carne y poderlo aprovechar el máximo posible.

rastro-jabali-arco--finLa capa de nieve hace más llevadera la tarea de arrastrar el animal, una hora después estaba cargando el jabalí en el caja de la pick-up.

Evidentemente no es gran un cochino solitario, ni es portador de un gran trofeo con grandes navajas y gruesas amoladeras, pero esta fría mañana de mediados de noviembre, en el fondo de ese valle cubierto por el blanco manto de la nieve, con los imponentes picos de Pirineos como fondo, ese jabalí para mí es el mejor jabalí del mundo.

 ALGUNOS ASPECTOS A TENER EN CUENTA

En esta modalidad hay muchos más factores a tener en cuenta que en cualquier tipo de rececho convencional, los cuales serán determinantes para el éxito de la empresa.

Un suelo nevado puede ser un gran aliado si sabemos interpretar las señales que los suidos en sus correrías nocturnas van dejando en él, pero también puede ser una pesadilla si no somos capaces de interpretar dichas señales o escogemos mal el día de caza o la calidad del manto, haciendo que el cazador dé palos de ciego por el monte (lo digo por experiencia).

A mi parecer, estos son los puntos clave a tener en cuenta:

Calidad de la nieve.

La calidad de la nieve es muy importante, ya que de ello dependerá que nos podamos acercar sin ser oídos a nuestro objetivo. Según los innuits, hay más de 50 tipos de nieve; por desgracia mis conocimientos no son tan amplios.

Pero la mejor nieve para seguir un rastro es la nieve en polvo fría y seca, esa que cuando la coges con la mano no puedes compactarla y cuando la soplas parece algodón; esa nos permitirá seguir su rastro sin hacer apenas ruido.

Por el contrario, la peor es la nieve transformada en costra, esa que por los cambios de temperatura o por la acción del viento ha cambiado su estado y se vuelve quebradiza y ruidosa, sobre todo la primera capa a nuestro paso, haciendo que nuestras pisadas se oigan a cientos de metros en el monte.

rastro-jabali-arco--huellaInterpretar las huellas.

Ser capaces de valorar si merece la pena o no meterse a seguir un rastro nos ahorrará mucho tiempo y esfuerzo.

– Conocer si las hozaduras son frescas o no

– Si es un rastro de entrada o de salida del encame

– Si se trata de una piara o de un macho solitario

– Si el rastro es de huida a la carrera o el animal va al paso tranquilo (muchas veces las pisadas en la nieve están deformadas y no suelen hacer justicia al porte del marrano

– La mejor referencia para hacernos una idea del tamaño es la zancada que da el jabalí al andar)

– Si es época de celo (si encontramos una piara es fácil que algún macho la siga de cerca)

– Saber diferenciar entre el hozado para buscar alimento o los típicos hozados superficiales en círculo que hacen antes de encamarse…

Todo esto nos hará agudizar nuestros sentidos ya que el encuentro puede ser inminente.

Cuándo salir a seguir rastros.

No todos los días son apropiados para practicar este tipo de caza.

Los mejores días son aquellos que después de haber transcurrido 48 horas del final de una tormenta de nieve, el tiempo da una tregua y despeja; ya que los animales, cuando el mal tiempo arrecia, cesan su actividad para cobijarse al amparo del monte, para volver a iniciarla cuando el tiempo mejora.

Transcurridas esas 48 horas es cuando encontraremos más indicios de actividad y más reciente, con el añadido de que, si seguimos rastros un día que está nevando, es muy difícil su interpretación y bastante probable que la nieve cubra el rastro antes de que seamos capaces de dar con el animal.

El momento del lance.

Una buena técnica de tiro, en parado y en movimiento, unida a un buen conocimiento de la anatomía de este animal, facilitará el desenlace del lance, ya que contadas son las ocasiones en que el encuentro será con el animal cruzado y quieto, siendo habituales los tiros de frente, de espalda, con el animal encamado o bien en movimiento, disponiendo el cazador de pocos segundos para valorar la situación y realizar un tiro eficaz que alcance los órganos vitales del suido.

Estos parámetros y mucha paciencia y tenacidad, sin tener prisa ni miedo a retroceder y empezar de nuevo si no tenemos claro que vamos en el rastro correcto, nos harán conocer un poco más esta desconocida pero bella modalidad de caza.

Joan España

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