Entrevista a Ana Belén Marmolejo y Rocío de Andrés cazadoras y blogueras

Respiran campo y exudan pasión. Caminan con pies firmes sobre el tapiz de la caza y apenas les basta un dedo para llevar sus mensajes hasta el final del mundo. Cazan, escriben, tuitean y bloguean. Sienten lo que hacen con entusiasmo, aunque a las dos les caracteriza la mesura. La caza las ha unido y en las redes se encuentran. Hablamos de Ana Belén Marmolejo y Rocío de Andrés.

Ana Belén Marmolejo Cobos y Rocío de Andrés Rodríguez comparten una pasión por la caza entendida con respeto y admiración hacia el entorno donde se desarrolla.

Ambas descubrieron a temprana edad el campo y sus habitantes, y cada una tuvo como destacado maestro a su directo progenitor. Lejanas, sin saber que más tarde la caza las uniría, Ana pellizcaba la pernera del pantalón de su padre implorándole que le dejase tirar un zorzal en tierras cordobesas al igual que Rocío, pocos años antes, se había quedado ensimismada con el alboroto de las grullas en formación cuando su padre le descubría los rincones del Monte del Pardo.

Vivencias que conservan fresco el gran poso que arraigó en ellas de niñas: el amor por la naturaleza.

LA MEMORIA

Ana-marmolejo-con-rehaleraAna B. Marmolejo nació en Espiel, hecho que ensalza porque en ese pueblo de la serranía la caza es tema de conversación general y el campo está a un tiro de piedra.

No puede datar sus inicios en la caza ya que entiende la misma como las sensaciones que va despertando en cada uno y no la reduce al cobro de la primera pieza. El comienzo con las armas llegó cuando su efusividad por apretar el gatillo cesó y su padre entendió que había llegado ese momento.

Ana considera que hay una tendencia que antepone el tirar al cazar, que se enseña antes a disparar con una escopeta que a cazar, y que eso genera “francotiradores en lugar de cazadores”.

Mantiene a su vez unos valores que cree están en desuso y se van perdiendo. Muchos de los cazadores que se están formando ahora, piensa, ignoran lo que aporta salir al monte a bregarse con él y engrosar la afición.

Dice que se están facilitando las cosas y que el acomodo del cazador, siendo cada vez mayor, pierde “el verdadero encanto que tiene la caza”.

Esta joven espeleña disfruta con todas las modalidades de caza de mayor y menor, pero siente que, con el paso de los años, se está haciendo más selectiva a la hora de elegir posibles jornadas.

Recuerda que Adolfo, vecino de su pueblo y perrero de la rehala Nava Obejo, le dio la llave de la montería con una sola palabra: “¡Vente!”. Para ella, descubrir el mundo de la rehala fue un avance, otro camino que le acercó a la montería desde dentro para “saber lo que sufre un rehalero, lo duro que puede llegar a ser y lo poco valorado que está”.

Tiene una idea de la montería que resume en una frase clara y concisa: “Montero es aquel que sabe lo que duelen las caricias del monte”.

Rocio-de-andres-perfilA Rocío de Andrés, que se había criado cerca de la Dehesa Boyal que se integra en el Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares, también le llegó la caza con el roce de las manos.

Primero las de su padre, que la empapó de naturaleza. Más tarde, cuando liga su trabajo al sector de los medios de comunicación cinegéticos.

Con él, su padre Hilario y su hermano Nino, se inició de “morralera tardía”, reconoce, durante las jornadas de caza en mano por el coto de Orusco de Tajuña, asistiendo a monterías como atenta acompañante, así como en los apasionantes recechos y esperas a los corzos que tanto le gustan.

Rocío se considera una persona privilegiada, entrando en el mundo de la caza de la mano de aquellos que define como cazadores con mayúscula. “Ya me tenía por cazadora sin que fuera necesario apretar un gatillo”, asevera.

Los culatazos llegaron tras las miradas de un perro. Un podenco andaluz de talla chica, Pepe, cuyas carreras y latidos encendieron como una candela su paso a las armas. La pasión por el campo y la caza fueron creciendo.

Así, su vida laboral y personal giraban en torno a lo que llama “una forma de vida”: la caza.

Asume que no podría alardear de muchos trofeos conseguidos ni de un bagaje en piezas abultado. Si los tuviera, no obstante, afirma que jamás lo haría, pues no concibe la caza ligada a la cantidad numérica sino a la suma de experiencias vividas en el campo.

Puedo decir que el campo, la naturaleza, y la caza entendida como parte esencial de la conservación son, para mí todo: mi aliento, parte de mí y mi forma de ser”.

El rozar del brezo y el sentir adentro en las palabras de estas jóvenes cazadoras. Niñez con sabor a campo e imágenes imborrables que despiertan recuerdos cuando se habla de caza.

LA IMAGEN

Desde que Rocío olió el tomillo y Ana se pringó de jara, tiempo ha pasado. Sus sentidos capturaron instantes que han ido tejiendo sus hechuras en la caza, en la vida.

Algo que poder compartir sin límite, pero partiendo de una premisa clara, aquella que les quedó grabada en la infancia y han ido cultivando. “No podemos perder ni una sola de las oportunidades que tenemos para transmitir lo que sentimos, pero siempre con respeto”, dice Marmolejo refiriéndose a “esa otra parte que nadie se para a mirar: ese respeto por nuestra pieza abatida, ese respeto por nuestros compañeros y amigos de cuatro patas”.

De Andrés insiste en esta idea de ver la caza con ese trasfondo: “Todo el respeto hacia el animal y, sobre todo, hacia el campo. Es muy importante amar el campo y la naturaleza por encima de todo”.

Ana-marmolejo-con-perroHay un lugar donde se comparten palabras e imágenes a cada segundo: los medios sociales. Huelen a caza. Los madrugones y anocheceres entre cencerros y campanillos, temporada tras temporada, hacen que en Ana B. Marmolejo fragüe la idea de montero como aquel que “se mancha las manos con olor a jara y lentisco”. Oliendo a lentisco y jara es su blog.

En la “bio” de Twitter de Rocío de Andrés se lee: “Olores a campo y jara. Años ya trabajando por y para la caza, mi gran pasión”.

Marmolejo utiliza su blog como un diario (cuyo contenido difunde después por Twitter) donde poder expresar sus “pensamientos y emociones”.

A arrancarlo le animaron unos amigos y cada entrada que hace tiene un humilde propósito: “Me gustaría que a través de ellas se transmitiera un pellizco de lo que siento cuando salgo al campo”.

Le satisface saber que algunos padres leen a sus hijos sus escritos, pues le gustaría que estos queden abiertos a aquellos que no puedan tener una escuela de caza.

Desde mi blog, lo que pretendo es que se potencien los valores que para mí corren más peligro y que se perjudican por imágenes poco apropiadas, comentarios sacados de contexto: todo lo que pueda provocar una imagen equivocada de la caza en aquellas mentes que no tengan una idea muy clara de ella”.

Para Marmolejo, los medios sociales son como un espejo donde muchos cazadores que se inician miran lo que quieren llegar a hacer y parecer, y asegura que su miedo es que “prime el selfie escopeta en mano en lugar de salir al monte a disfrutar de la incomunicación”.

Rocío de Andrés, que además utiliza Facebook, Instagram y Google+, considera que son una referencia “para lo bueno y para lo malo” y por ello entiende la necesidad de una educación medioambiental previa a la caza.

En el lado positivo resaltaría la inmediatez de los mensajes; sin embargo, pueden convertirse en “tóxicos” ciertos usos: “En internet vale todo, y en cada cazador queda el criterio de subir una foto, un vídeo o, simplemente, hacer un comentario poco acertado”.

Empezó compartiendo contenidos por iniciativa personal, pero tras comenzar a trabajar en la primera red social de caza que surgió en España, Cazaworld, decidió formarse en este sentido como Social Media Manager.

Más de tres lustros trabajando en medios de comunicación cinegéticos le dan una perspectiva para entender su evolución: “Por suerte o por desgracia, han dado un giro abismal. El papel ha ido perdiendo protagonismo y las grandes editoriales se han ido adaptando a pasos forzados, pero no es lo mismo una revista mensual que un diario digital. Son conceptos totalmente diferentes”.

Señala una clara tendencia hacia lo digital y, aunque afirma que los medios sociales han cogido muchísima fuerza, advierte que hay que tener cuidado con lo que se publica en ellos porque “algunos contenidos nos pueden hacer mucho daño al colectivo cazador, exponiéndonos a las críticas de parte del colectivo ecologista”.

Ana y Rocío cruzan en internet sus palabras y mantienen la necesidad de cuidar en extremo la imagen que se ofrece de la caza en ese abismo intangible. “Tenemos que ser conscientes de que cada vez que subimos una imagen o hacemos un comentario a una red social estamos creando en la mente de un desconocido el dibujo de un cazador. No podemos seguir siendo nosotros los que pongamos fácil la demagogia barata”, aclara Marmolejo.

Acerca de la evolución de estos contenidos en las redes, y en los medios de comunicación especializados, de Andrés revela que es algo que le preocupa, pues son “un arma de doble filo”. Los valores de la caza “se pueden potenciar si se hace desde el respeto, por ejemplo, al animal abatido”.

Incide en este sentido en que “la caza no es solo el momento del disparo, de la carne; no, eso no. Hay muchos vídeos y fotos que nos muestran ese lado de la caza y que son muy vistos por los cazadores… No es el concepto de caza que yo estoy transmitiendo a mi hijo”.

EL MENSAJE

Junto a los principios que entienden como necesarios para abordar la caza pisando campo y tecleando en internet, que recogen enseñanzas del pasado y sensatez para el presente, estas dos cazadoras se ilusionan con un futuro lleno de renuevo generacional.

Marmolejo tiene la esperanza de que sean muchos los jóvenes a los que sus padres o amigos guíen en eso que ella llama cazar: primeros paseos por el campo y relatos de caza, el salto a las armas sin prisa y con responsabilidad, la suerte del mejor maestro, la mano amiga del rehalero, la compañía bien escogida, el amor por sus perros y una mañana a los conejos con su pareja en la sierra cordobesa, la prioridad del lance al posible trofeo, la caza en abierto o “el arte de cazar”, el privilegio de sentir el acero al contacto de la piel en un agarre y, al fin, la búsqueda del “instante de felicidad”, ese donde confiesa que “monte, arma, perro y cazadora somos uno”.

Su “pequeña utopía” es que esas nuevas generaciones lleguen a “cazar con pasión, por estilo de vida, y que no lo hagan por vicio o capricho de cartera”.

Rocio-de-andres-monteriaPara de Andrés, también, “la caza es un estilo de vida”. Cazadora de menor con perro y fascinada por el adiestramiento en positivo, disfruta sobremanera con los recechos de corzos y con las noches de luna aguardando al macareno soñado.

Antepone el entorno natural al golpe de gatillo, la caza en abierto y rodeada de amigos antes que una jornada previsible y controlada, y siempre la mirada puesta en la naturaleza y en los niños que serán cazadores del mañana.

Ese respeto y admiración por todo lo natural es un sentimiento que a veces le cuesta mucho describir, pero en la medida en que puede transmitirlo lo centra como prioridad en el relevo generacional y, sobre todo en esta vida, en su hijo.

Difundir ese mensaje de respeto y admiración por la caza y la naturaleza motivó hace tres años su entrada en JUVENEX. Juventud Venatoria Extremeña es una asociación sin ánimo de lucro que se creó por cinco jóvenes que veían cómo el relevo generacional en la caza iba siendo cada vez menor.

Pocas cosas pueden compararse con la sonrisa en la cara de un niño después de haber pasado el día en el campo con él”, dice de Andrés.

Ellas utilizan los medios sociales para intentar lanzar mensajes que retuvieron o que han ido forjando con el paso de los años y las experiencias. Una mirada abierta al mundo de la caza que ahora vuelcan de forma digital y en su día recogieron de personas que, según reconocen, fueron una referencia.

Marmolejo realza la figura de “un cazador de botas viejas y escopeta oxidada” que le mostró “los valores puros de la caza”, su padre. De su vecino y rehalero Adolfo, cuenta: “Me enseñó los entresijos de la rehala, que perrero no aquel que sale al monte y se aprieta unos zahones sino aquel que cuida perros 365 días al año, cría cachorros, campea… Y hace algo más que jalear en el monte. Con él he aprendido que ser montero no es encararse un rifle”. Además quiere destacar a un cazador que tanto la marcó, Alfredo Martín, cuya ausencia ha dejado un vacío en su interior.

Por su parte, de Andrés agradece todo lo aprendido con la persona que la inició, José María García, con quien dio sus primeros pasos en la caza; indica la admiración por otro desaparecido cazador “como pocos”, Alberto Aníbal-Álvarez; y suma agradecimientos hacia dos compañeros de JUVENEX: Rafael Menacho, por haberla enseñado “el amor por los perros y su adiestramiento”, e Ismael García, “una persona que sabe leer el campo, lo conoce y lo transmite de una manera que todos los días aprendo algo”. No olvida la figura de Miguel Delibes, cuya “gran obra literaria nos ha dejado a todos los cazadores para leer y releer”.

Son Ana y Rocío, cazadoras que han hecho de la caza y la naturaleza una forma de vida.

Salpican el océano inmenso de internet con aromas que delatan la frescura de sus maneras de ser y, a la vez, la templanza de unos valores adquiridos.

Recogen lo mejor de su pasado y miran al mañana con ilusión en la infancia del presente. Sueñan con que sean esas nuevas voces las que, en un futuro, defiendan la caza. Mientras, desde esos aparatos con los que uno puede conectarse al mundo, lanzan el rastro de la caza y la naturaleza en forma de imagen, palabra y sentimiento.

Olores que dejan huella y abren caminos.

Texto: Daniel Puerta Serrano.

Imagen: Jaime Santos Fernández y archivos personales.

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