Por causa de mi edad, lamentablemente avanzada en contra de mi voluntad, me veo en la obligación de tener que recordar aquí esta vieja cacería pirenaica que se ha venido realizando hasta hace poco menos de cincuenta años.
Difícil, dura y penosa, pero también muy gratificante. Así se cazaba el urogallo al canto. Nadie caza hoy en día a esta maravillosa ave, la prohibición total de su caza lo impide. Por ello intentaré reverdecer para los lectores aquellos mágicos lances madrugatorios con los que solía gozar en mi esplendente juventud.
En el caso, más bien poco probable, de que la Administración catalana pudiera percatarse de las ventajas de todo orden que propondría levantar parcialmente la veda en el Pirineo de Lérida, poco poblado en la actualidad de estos machos de urogallo, una ordenanza de caza mayor y una vigilancia de los cantaderos sería muy favorable para la especie, ya que por otra parte, nunca se persigue a las hembras.
Si algo positivo no se hace a favor del gran lagópodo, se puede augurar su no lejana desaparición. Para decir verdad, más que un relato alegre de aquellas cacerías de antaño, mi descripción tomará la forma de una elegía en recuerdo de aquellos tiempos y de aquellos preciosos momentos que como tantos otros es difícil que se vuelvan a vivir.
Y tras de este breve exordio voy a entrar decididamente en la materia de esta clase tan especial de cacería del urogallo porque ella requiere realizar unas actuaciones que necesitan de un conocimiento técnico de las características del canto del animal, así como del difícil entorno montañero en el que nuestra curiosa y extraña ave se mueve.
ZONAS MÁS QUERENCIOSAS
Se da en la región catalana la mayor concentración de urogallos de la Península Ibérica y las principales localizaciones se hallan situadas en la gran Reserva Nacional de Alto Pallars-Arán, en el Pirineo de Lérida.
Es ésta por decirlo así la zona reina del urogallo pirenaico, con bastantes bosques de altura en los que el magnífico ave, más o menos protegida en la actualidad, se desarrolla. Dentro de la gran reserva que se extiende por la parte mayor y más elevada del bellísimo pirineo de Lérida, en medio de un paisaje alpino, se dan zonas de cría de urogallo realmente importantes.
Podemos citar entre ellas a los bosques de Esterri de Aneu, Montesclado, Unarre y Arestuy, el magnífico bosque de Burgo, quizás el más poblado de urogallos de entre todos los bosques pirenaicos, la zona de Espot y la de Jou. También en los valles de Cardós y Vall-Ferrera hay buenas concentraciones.
En Vall de Cardós destacamos los bosques de altura de Noarre (Causas, Paret del Prat), Lladorre, Boavi y Sellente, Estahón, Isil, Alós, los montes de Tudela, amén de Casibrós y Selves en Ribera de Cardós; y en Vall- Ferrera, los bosques de Alins, Costuix, la Selva de Areo (en la ladera del Monteixo), los bosques sobre los Plans de Arcalís y de Boet, bosques de Monteixo de la vertiente del Noguera de Tor, laderas Noreste del bosque de Norís, ladera del pico de Saloria, etc.
En el valle de Arán, dentro de la zona de la Reserva Nacional están especialmente poblados de urogallos, los bosques de Montgarri, sobre el Pla de Beret, muy cerca de las pistas de esquí de la Baqueira y también se encuentra el gran tetrao en las laderas Norte de la cadena de montañas atravesadas por el túnel de Viella (y montes situados a su izquierda) y en el Balartíes.
Fuera de la Reserva Nacional de Alto Pallars, en terrenos libres de la provincia de Lérida existen también urogallos.
Las principales zonas libres del valle de Arán se hallan situadas en Llés, Vilamós, Barradós, Arrós, Vilá, el Portillón y la Artiga de Lin y en el bosque situado sobre el río Nere en la pared del túnel de Viella.
Valle del Noguera Pallaresa: La densidad es aquí mucho menor pero hay localizaciones en los bosques al Norte del Tuc Contessa, Montes de Caldas de Bohí y Erill la Vall, en Colomers, en el Parque Nacional de San Mauricio y Aigües Tortes, Bosques de Aneto y de los ríos de Mulleres y de Salenques afluentes del Noguera Ribagorzana y desaguando a su derecha.
Había también unos pocos urogallos censados en la Reserva Nacional del Cadí, en la sierra pirenaica del mismo nombre y en un número no muy bien determinado, en la Reserva Nacional de Cerdanya. También existen poblaciones de urogallo más al oeste, en el grandioso y magnífico Pirineo de Huesca. Son éstas ya más escasas en número.
Se puede encontrar al urogallo en los bosques altos de Barrancs, zona alta al Norte de la cabecera del Ésera y en el valle del barranco de Estós. El gran gallo y su hábitat Es el urogallo una gran ave de unos tres kilos quinientos gramos de peso, como promedio para el macho y con un máximo de hasta casi cinco kilogramos.
Vive en los bosques de coníferas (pinos negros y abetos) y también desciende a los de hayas y abedules, de cuyos brotes tiernos gusta tanto. Las cotas de altura de su hábitat oscilan entre los 1700 y los 2400 metros. Vive preferentemente, en la primavera, época de su celo y también de su caza, en las partes más elevadas de las laderas boscosas orientadas al Norte.
Es allí donde el cazador deberá siempre buscarle, aunque de todas maneras ya que desgraciadamente no todos (ni mucho menos) los bosques de coníferas del Pirineo que reúnen estas condiciones están poblados de urogallos, será bien prudente que se aconseje de los cazadores expertos locales acerca de su existencia en una determinada localización antes de partir a su caza. Se le llama en la región “el pavo” y “el gall salvatge” y su difícil y siempre problemática caza había sido poco practicada por los habitantes de las zonas pirenaicas.
CONOCER SU CANTE, IMPRESCINDIBLE
Se cazaba al canto y también al salto, nunca con perros, pero la primera de las fórmulas es la única correcta y en la práctica la única también con la que se pueden conseguir resultados positivos. Es esta una cacería dura y penosa.
Se sale de un pueblo o de una pista más alta sobre las dos de la madrugada y se ascienden algo más de unos mil metros hasta la zona de los cantaderos. Cuando se llega allí, empapado de sudor a las 4:30 de la noche, hay que esperar en silencio y poco más tarde aterido de frío, hasta las 6:45 de la mañana, hora en la que les puede dar las ganas a los machos de empezar a cantar.
Para practicar esta modalidad de caza es necesario conocer a la perfección el cante del urogallo. Este canto resulta en realidad más complicado de lo que pueda parecer y de lo que comúnmente se relata. Empieza con tres o cuatro golpes de pico: algo así como tac-tac-tac.
En esta fase inicial el cazador deberá extremar su cautela ya que es cuando el animal está más en guardia. Continúa el cante con una especie de repetición armónica de los tac-tac anteriores, pero de forma muy rápida y periódica.
El ruido se parece ahora al que se produce al hacer girar una matraca muy pequeña. Suena más bien como cra-cra-cra-cra, en rápida sucesión.
A continuación al querer entrar el ave en el verdadero cante, escúchase un sonido único que se parece extraordinariamente al taponazo que se oye al descorchar una botella de champagne, sonando exactamente: gop.
Acto seguido, el auténtico cante del urogallo durante el cual este animal está totalmente sordo y casi ciego, emítese mediante una serie de bisbiseos y silbidos en tonos bajos que son imposibles de reproducir onomatopéyicamente y que los técnicos locales conocen con el nombre de “refil”.
Dura el “refil” normalmente de unos cinco a diez segundos y son estos segundos preciosos para la caza del ave. En mi opinión, el refil, cante harto angustioso, es el orgasmo del macho encelado.
UNA EXPERIENCIA INOLVIDABLE
Se debe entrar al animal siempre por un punto del monte situado debajo del mismo, pues el urogallo al huir se descuelga hacia abajo, y además entrándole así, queda el animal recortado contra el cielo, cuando se halla, como es lo más común, en la rama de un árbol.
Una vez se ha llegado a localizar un cante deberá el cazador mantenerse en una absoluta quietud y no avanzar absolutamente nada hasta el periodo final, “el refil”. Este periodo ofrecerá el tiempo suficiente a dar cinco pasos al superexperto, cuatro al cazador que ha entrenado en esta caza, y tres como máximo al novato.
Se tendrá en cuenta así mismo el hecho de que el último paso se dé pensando en quedarse después del mismo en una postura relativamente cómoda y soportable, pues es posible que al gallo le dé por no cantar en el siguiente cuarto de hora y es imprescindible que el cazador no varíe para nada su posición.
Cuando por fin embriagado por la emoción, consiga el cazador ver al pájaro en el árbol, no se apresure, tenga calma. Lo que ha de hacerse cuando se ha descubierto el urogallo es en primer lugar estarse quieto y reflexionar sobre la distancia de tiro.
En el claroscuro de estas primeras luces del alba es difícil darse una idea cabal de la distancia. Por otra parte el ave es muy grande y le parecerá siempre al cazador que está a tiro.
Es imprescindible que la reflexión antedicha nos asegure que el pájaro no está a más de treinta metros, para poder dispararle, pues en caso contrario, por mucho doble cero que se emplee, habrá diecinueve probabilidades contra veinte de que el bicho se largue, tocado, herido y posiblemente muerto, pero en ningún caso en el morral del cazador.
Si se le puede tirar a veinte metros, mejor; es un animal muy duro sobre todo cuando está de espaldas, lo que generalmente constituye la más fácil manera de entrarle.
Es por ello por lo que el cazador deberá esperar bien tranquilo a que se produzca un nuevo cante, cuando no esté muy cerca del ave, pues si ha estado quieto, se producirá aquel inexorablemente.
Finalmente, apoyado en los cantes, se acercará todo lo posible y procurará fulminar al gran tetrao con un tiro certero que apunte a la parte alta y delantera del ave, siendo el cuello la parte más sensible. Si ha actuado el cazador empleando estas técnicas habrá conseguido finalmente que el pájaro caiga del árbol como un plomo.
En el caso contrario el gran ave herida habrá tenido tiempo de dar tres o cuatro aletazos y con ello se habrá perdido el lagópodo allá en lo más hondo del barranco. Éste tendrá ahora ocasión de lamentarse por partida doble. Se lamentará primeramente por no haber podido obtener a tan codiciada presa y en segundo pero no menos importante lugar por haber posiblemente eliminado a un animal, que nunca resulta abundante, sin provecho alguno para nadie.