Los cazadores, los grandes aliados de los agricultores

El otro día, en una asamblea general de una sociedad de cazadores de las más grandes, en extensión y número de socios de España, se pudo comprobar que la afluencia versus interés de sus portadores de escopeta fue de echarse a llorar.

Tan solo un pequeño grupo, siempre los mismos, decidieron acercarse a su sede para interesarse por lo acontecido y gestionado por la junta directiva nueva, en la cual tengo el placer de participar.

Es en estas cosas, en estos momentos, cuando el cazador debe mostrar interés por lo suyo, por lo que se va haciendo, lo que se va viendo en el campo, y no solamente cuando llega el día de la apertura y todos, escopeta repetidora (la gran mayoría) terciada, salen al campo a ver lo que hay, a exigir, a protestar por los bares y un largo etcétera. Discúlpenme, que el contenido enfado que tengo no me permite dar más calificativos.

Parece ser que los problemas del coto, de «su coto», no van con ellos. Tal vez la culpa la tenga la cuota, posiblemente demasiado baja, y ya se sabe que lo que no se paga o es demasiado barato, no se valora. Y en eso estamos algunos, intentando que la gente cambie, que se dé cuenta de que hay que involucrarse mucho más, porque, si no, esto se irá al garete.

Tal vez muchos piensen –los que ya entraron en una buena edad– que ya disfrutaron lo suyo, que eso es problema de los que vienen por detrás; pero, ¿de qué jóvenes estamos hablando?

Mostrar esta actitud denota una falta de sensibilidad, de una ausencia de compromiso con el presente, con el futuro de muchas especies que se están viniendo abajo a marchas forzadas, porque no sabemos organizarnos un poco, no sabemos llegar o, más bien, no nos interesa involucrarnos en defender aquello con lo que disfrutamos cuando teníamos menos años, lo cual es de un egoísmo imperdonable.

Claro que hay muchas cosas que será poco fácil que regresen, pero hay otras muchas que podrían mantenerse, incluso mejorar, con un poco de voluntad del colectivo y, sobre todo, con una postura muy distinta de los que dicen defendernos, ¿o es que esto no es posible?

Daños por sobrepoblación: un problema que viene de lejos

Es muy importante, tal vez trascendental, que entendamos y seamos conscientes de lo que se está viviendo en la naturaleza, con un desequilibrio de animales depredadores que es necesario poner en una mesa de diálogo de forma inmediata, pero si es que se desea oírnos; de lo contrario, creo que habría que pasar a otra forma de hacernos entender.

Se está hablando mucho de los daños de conejos, de jabalíes, algunos se atreven a dar cifras de un millón de animales, pero tal vez algunos tengan memoria de pez.

Me explicaré con una sinceridad que no agradará a algunos, pero no me inquieta, y sí lo que se venía avisando desde hace posiblemente más de tres lustros en el campo español.

Algunos recordarán los permisos de esperas que se solicitaban por daños de jabalíes. Había que solicitarlos, esperar que viniera el forestal a verlos, luego hacía el informe y se te facultaba o no el realizarlas. Con todo este proceso, había quien tenía que esperar un mes, con lo que el daño estaba ya realizado y, por otro lado, alguno solamente te autorizaba a colocarte en esa siembra, en esa parcela que veías perjudicada, cuando los animales, como es lógico, podían variar de sitio para su alimento, con lo que el pobre cazador –permítanme ese calificativo– se veía limitado a colocarse únicamente allí, si es que no quería incumplir lo que ponía en el papel y exponerse a una posible sanción.

Todo esto que estoy narrando, que no ocurrió hace tanto, sucedía en algunas comunidades autónomas y me olvidé de forma voluntaria del plazo para paliar esos daños a la agricultura, que casi nunca superaba el mes, lo que hacía inviable un control eficaz y, sobre todo, mirando a un corto, medio plazo para la especie que multiplicaba rápidamente su población.

Total, que nos encontrábamos con un problema cada vez más constante en nuestros cultivos, cuando una o varias piaras decidían ocupar nuestro coto y levantaban sembrados, árboles, praderas y se zampaban todos los nidos, todos los vivares que encontraban a su paso. Por ello, muchos cotos de caza menor daban ganchos al final de temporada para molestar a los suidos de sus montes, procurando que dejasen sus zonas perdiceras un tanto tranquilas.

Pero la población de cochinos no se ha disparado solamente en la época de la pandemia. Ya lo estaba antes en muchas comarcas, que se denominaron con un criterio que no se podía declarar de otra manera como «de emergencia», con el fin de intentar reducir algo que, ya se predijo muchos años atrás, pero no se deseó escuchar.

Ahora se ha pasado de restricciones, de desconfianzas por parte de la Administración de antaño con el colectivo cazador, tal vez porque no nos hemos sabido explicar, no hemos sabido actuar en un escenario que todos culpan al que es una parte importante de la solución. Pero todo esto es agua pasada que conviene dejar atrás, pero no olvidar, no perder la referencia a esos errores, con el único fin de tomarlos como una lección de aprendizaje de presente y futuro para las actuaciones en materia de caza, en materia de control de poblaciones que, al parecer, es en esto último en lo que nos basamos en el argumentario principal para poder practicar nuestra afición.

Los cazadores, ¿culpables de los daños por sobrepoblaciones?

Con los conejos pasó muy parecido y algunos recordarán cuando se prohibió la caza con hurón, ¡cómo se la persiguió sin piedad! Volvemos a la memoria de pez, no hace tanto tiempo de ello cuando se la autorizó con pinzas utilizando una palabreja muy elaborada, denominada «excepcionalidad» acompañada siempre de un permiso especial.

Aquellos momentos de ralentización fueron vitales, para haber frenado la expansión de los lagomorfos que ya auguré hace muchísimos años con aquellas imágenes de cientos de ellos en los taludes de los puentes de las autovías. No, si tontos no fueron, encontraron su hábitat perfecto para iniciar su colonización sin depredadores que les inquietaran.

Una vez más no se comprendió, se despreció al colectivo cazador. Precisamente, a unos que, si algo tenían, y mucho, era una condición de humildes. Una práctica ancestral que se aparcó de lado por presiones de algunos que, como decía la canción del grupo Revólver titulada Odio, en la que decía con claridad: «…que no le gustaban que humillaran a los toros ni la caza con hurón…».

Y, de repetirla una y otra vez, fue calando en el pueblo, ignorante de lo valiosa y necesaria de esta modalidad para rebajar poblaciones en muchos lugares donde ya empezaban los daños abundantes en la agricultura. Pero los falsos ecologistas ganaron una batalla en lo legal, pero nadie ha querido recordarles como culpables en gran medida de los desequilibrios de población que se han producido desde que se prohibió y posteriormente se permitió el uso de este mustélido en los miles de madrigueras que se excavaron en muy pocos años y, que a día de hoy, son ocupadas y ocupadas por millones de conejos a los que es casi imposible controlar.

Considero muy interesante recordar cómo fueron los acontecimientos y tal vez, si se hubiera seguido con la caza libre con hurón, esas poblaciones conejiles no habrían dado tanta guerra al agricultor y al cazador.

Además, más de un agricultor oportunista, vio el cielo abierto a ganar un dinero fácil culpando de los daños al arrendador del coto, que según aquellos tiempos era el responsable de la caza y de sus perjuicios en las cosechas. Tampoco debo dejar en el olvido al sufrimiento de estos cuando las amenazas pasaban al juzgado y se les condenaba a unas indemnizaciones abusivas, debiendo responder con muchas pesetas los de siempre, y eso no fue justo. Por todo ello, recomiendo poner en los presentes y futuros contratos de arrendamiento que «se hará lo posible por paliar los daños» de los animales en las cosechas, «dependiendo de los permisos de la Administración» y que no seremos «nunca responsables de los mismos».

Creo que se ha abusado mucho del colectivo cinegético, se pensó que les sobraba el dinero, que era una afición de ricos, cuando la realidad no ha sido así.

A día de hoy alguna ley de algún reglamento de caza sigue haciendo responsables de los daños a los titulares de los cotos de caza, lo que va a provocar, si no se rectifica, el plante y la renuncia a muchos de los mismos por parte de gente que de forma colaboradora y comprensiva no puede asumir esa responsabilidad. Creo que las palabras que mejor definen a ese reglamento que se pretende imponer es desconocimiento, temeridad e irresponsabilidad, entre otras.

Espero y deseo que se corrijan todas aquellas normas que se alejan de la realidad de lo que sucede en el campo, quiero pensar que se elaboraron con desconocimiento y no de forma premeditada, porque, de ser así, las consecuencias en la naturaleza, en el futuro de la agricultura, podrían ser mucho más palpables. Vamos, que la guerra que algunos pretenden establecer entre agricultores y cazadores no se debe, no se puede producir, aunque me da que a algunos les vendría bien. Recuerden aquello de a río revuelto…

No caigamos en más errores, ya que siempre fuimos los grandes aliados de los agricultores. Formamos una piña que algunos se empeñan en romper, pero no lo conseguirán.

Os deseo unos felices días de caza de conejos con vuestros perros, una preciosa media veda, aunque estará un tanto triste por el empeño, por la negativa de los intereses de algunos que la tórtola no se cace en España.

Me viene a la mente el recuerdo de una preciosa especie llamada urogallo, que se prohibió su caza hace cuarenta años. Como consecuencia de ello, su población en tan largo período de tiempo no solo no ha aumentado, sino que ha se ha reducido a la mitad. Y ahora digo: ¿quién ha sido el culpable? ¡La caza, desde luego, no! ¿Quién y cómo se gestionaron sus poblaciones? ¡Pues eso!

Cristóbal de Gregorio

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