Ningún ser vivo ha sido tan denostado a lo largo de la historia como las serpientes. Historias populares, fábulas, la iconografía clásica, la mitología o la propia Biblia han presentado a la serpiente como la encarnación del mal.
La visión más indulgente que la sociedad actual tiene de otras especies antaño consideradas dañinas, como osos, lobos o linces, no rige con estos reptiles y la ofidiofobia es una patología extendida.
Uno de los colectivos que más estrecho vínculo tiene con ellas es el de los cazadores; de hecho, la Organización Mundial de la Salud lo incluye entre los tres primeros grupos de riesgo, junto con pastores y agricultores, ante las mordeduras de serpientes venenosas que, al menos, provocan ochenta mil muertes al año en el mundo.
Pero ¿qué fundamento tienen ese miedo y ese rechazo en nuestro país?
Uno de los objetivos de esta redacción es traer a las páginas de Trofeo temas que, sin ser estrictamente cinegéticos, puedan interesar al cazador naturalista. Este mes Daniel Fernández Guibernau, experto en ofidios, nos revela las claves para reconocer y diferenciar las distintas especies de culebras, víboras y otros serpentiformes que pueblan la península ibérica y analiza los aspectos en los que algunos de estos reptiles afectan a la caza y al cazador.
Haciendo un esfuerzo para no enlazar de forma inadecuada este asunto con el que pasamos a tratar, prosigo: Sin duda lo más debatido en los últimos tiempos es el rechazo del PSOE, Podemos y Ciudadanos a la proposición de ley presentada por el partido en el Gobierno para la modificación de la Ley de Patrimonio Natural y de Biodiversidad, que sacaría del catálogo de especies exóticas invasoras algunas de peces y mamíferos.
Una gota más en el vaso. Ahora Ciudadanos dice que se equivocaron, y ustedes pensarán: ¿Es posible actuar con tan poca rigurosidad? Pues, según se mire, está claro que, a la hora de aplicar la máxima política de prometer una cosa y hacer la contraria, sí han sido muy rigurosos.
El problema no es que se cree una ley que no permita soltar ñúes en Aigüestortes –pongo por caso–, lo lamentable son los arbitrarios criterios que se siguen para conceder la carta de ciudadanía a unas especies y erradicar otras que están bien adaptadas y no hacen daño a nadie –acaso todo lo contrario–, como el arruí.
Y mientras esto se discute, en algunos municipios de la Comunidad de Madrid –por poner un ejemplo– se siguen soltando cigüeñas todos los años para regocijo de los escolares –no de la fauna menor– y se han creado más de cuatrocientas colonias de gatos, con cuidadores adiestrados y todo, cuando está de sobra demostrado el daño que estos felinos causan a la biodiversidad. Como decía mi abuela, «un auténtico ‘sindiós’».
Siempre me ha sorprendido el aguante de este colectivo. Leía hace poco a mi amigo Percy Hopewell, cronista británico del News Magazine especializado en temas ibéricos, algo relativo a nuestro carácter.
Venía a decir que el español tiene mucho aguante, pero que había que tener cuidado con «la gota, esa gota que provoca tantas lágrimas y que puede surgir de una nimiedad». No pude evitar ver a ese personaje ibérico a punto de estallar vestido de cazador. ¿Será esta la gota?
Parece que esta nueva gota ha servido para activar la creación de la Alianza Rural, grupo de presión que hasta ahora no había conseguido pasar de ser un embrión, y que en el futuro, con la determinación de proteger los intereses de los colectivos ligados al campo, representará a más de 150 organizaciones, ocho o diez millones de personas según las fuentes, que dependen de este entorno.
Los políticos –exceptuando a los de Podemos, que al menos son consecuentes y no ‘les duelen prendas’ al posicionarse en contra de la caza como animalistas furibundos– no entienden del campo; ni entienden ni les importa.
Tampoco entienden de ecología, ni de caza, ni de gatos; no nos engañemos, los políticos solo atienden a los votos. Pero al final son ellos los que deciden. Cualquier político, igual que inaugura un pantano o aniquila una especie, cazaría gustoso unas cuantas codornices ante las cámaras en plena campaña electoral si pensara que eso iba a proporcionarle unos cuantos votos.
Por ahora, parecen considerar más rentable arrimar el ascua a la sardina de los ecologistas radicales y de los ñoños animalistas que los siguen como meloncillos a su madre.
Confiemos en que esta alianza rural consiga cambiar las tornas.